Pues a mi me parece muy lógico que Felipe de Borbón dedicara las cuatro quintas partes de su mensaje de Navidad a reivindicar la vigencia de su contrato laboral. Constitución y España –nación única en el proceloso devenir de la historia– aparecían alternativa o simultáneamente en cada párrafo de su discurso, que es como aquel que se aferra a las cláusulas del acuerdo de empresa para no perder derechos por los vaivenes del negocio, por si conllevan cambio de gerencia.

Es cierto que podría haber abogado por revisar su jornada laboral, como está ahora en boga –y ya que tiene puesto de funcionario fijo– pero tampoco creo que las 36 horas semanales sean una batalla que desee librar; nadie pide currar más horas. En el pulso por apropiarse de lo que ha dicho y de lo que no, PP-PSOE olvidan que ningún discurso del jefe del Estado español ha afeado al Gobierno de turno su gestión en su única intervención urbi et orbi, convenientemente acordada. Así que la euforia de la derecha es fruto del placebo de mentarles España hasta la extremaunción, y la del Gobierno es impostada. Sánchez no ha tenido que morderse las uñas por la incertidumbre ante lo que pudiera decir Felipe.

El contenido es siempre tan plano y predecible que siete de cada ocho de sus súbditos descontaban que no les iba a sacar de pobres ni de ricos y prefirieron dedicar ese rato al langostino y la familia. Y eso que, si alguien –por pasión o por olvido– se dejó la tele puesta en ese rato, apenas tuvo otra opción: o plataforma de pago, o rey. Hasta 30 canales en abierto le retransmitieron simultáneamente.

El jefe del Estado ombligueó dorando la píldora a los que quieren seguir pagándole el sueldo y se puso de perfil a la situación internacional –ni siquiera en deseo nivel mister universo: la paz mundial–, con la que está cayendo en Gaza y Ucrania–. Aburrió a las ovejas al no hablar ni de sus hobbies. En cambio, Carlos de Inglaterra, fiel practicante de la agricultura ecológica, apeló a la defensa del medioambiente en su mensaje. Se ve que a Felipe no se le calienta el planeta ni se le secan los capullos.