Rehenes de todos
Resulta difícil rescatar simpatías en una situación brutal como la que se vive en Oriente Próximo estos días. La cualificación moral de quienes han decidido una escalada de muerte y acoso en una región tan acosada y moribunda como es Palestina es de nivel arcada.
Dañar a las personas, de una u otra etnia, de una u otra religión –intento no reducir las tipologías de las víctimas a un mero concepto de bando– es el objetivo de este modo de hacer la guerra sabiendo que no existe posibilidad de ganarla. Los líderes de los grupos yihadistas como Hamás y de los gobiernos ultra como el de Netanyahu conjugan sin que se les mueva una ceja el verbo exterminar. Una larga tradición de ojo por ojo en ambos modos de entender su posición en el mundo ha dejado ciegos a todos. Hamás y sus mentores en Irán saben que a Gaza le iba a pasar una apisonadora tras los ataques a comunidades israelíes. Una venganza brutal a la brutal acción terrorista. Y lo desearon tanto que van a hacer todo por conseguir que la tragedia humanitaria sea una vergüenza compartida. La organización islamista que controla la Franja se niega a facilitar un corredor seguro hacia Egipto para la huida de sus conciudadanos. Son sus propios rehenes y los quieren antes muertos que lejos de su control. Al otro lado, el gobierno israelí da un irrisorio plazo de 24 horas para que los civiles huyan de Gaza. Después, todo ser humano será un objetivo lícito. Es de una indecencia medieval tratar de arrojar a la población indefensa a una huida sangrienta que entorpezca a los milicianos palestinos en la defensa de sus posiciones. El fracaso del Ejecutivo ultraderechista de Netanyahu y los responsables de la defensa israelí se va a tintar en sangre palestina como el fracaso de los líderes de Hamás en dejar de ser apenas algo más que una organización terrorista y una administración corrupta se cubre con sangre israelí. Esa pinza que hace rehenes a la población civil responde a una estrategia tan repugnante como sus actos: se trata de que los crímenes terroristas y de guerra que se están produciendo alcancen una dimensión de horror tal que sea más importante pararlos que pedirles cuentas por ellos.