SE pasa uno año y medio en una cueva y acaba perdiendo el interés por lo que hay fuera. Lo que hacían siglos atrás los anacoretas como modo de vida dedicada a la contemplación y la reflexión, hoy ha perdido el componente espiritual para hacerse un hueco en el libro Guinness de los récords. No le voy a negar el mérito a la deportista Beatriz Flamini, que es la persona que más tiempo ha pasado alejada del entorno social en una cueva. Al menos, que se sepa. Pero también es verdad que los 500 días de Flamini en aislamiento voluntario me quedan cortos comparados con Teruo Nakamura, el último soldado del Ejército Imperial japonés que se rindió tras la derrota en la II Guerra Mundial y esperó a hacerlo en diciembre de 1974, 29 años después, y porque le encontraron en la cabaña de 30 metros cuadrados que se construyó en la selva de una isla Indonesia y en la que permanecía aislado desde 18 años antes, cuando se separó de un grupo de compañeros que seguían sin creerse la derrota de Japón. Flamini se metió en la cueva con fecha de salida prevista; Nakamura eligió no asumir que debía salir de su cueva mental y practicó el aislamiento desocializándose. Decía ayer Flamini, en la rueda de prensa de presentación de la hazaña, que, en realidad, no quería salir de su cueva, que no es de extrañar, tampoco, habida cuenta de que se metió al hoyo en plena pandemia covid. Pero se siente mejor persona aunque mostró, dicen, poco o ningún interés por lo ocurrido fuera al resto de los humanos en estos 500 días. La hazaña de Flamini, un experimento sobre el aislamiento social, tiene algo de advertencia a su pesar. Porque es probable que, en ausencia de relación con otros mortales, alcance uno más fácilmente la paz espiritual, pero no creo que se desarrolle especialmente la empatía necesaria para hacer del mundo exterior un entorno de convivencia. Cada vez con más ligereza, nos acomodamos a vivir en las cuevas ideológicas, emocionales o meramente acomodaticias que nos fabricamos evitando el roce que conlleva salir porque – ya lo dijo Sartre– el infierno es el otro. l