Quien peor sale parado en 'Superestar', la serie sobre Tamara/Ám-bar/Yurena no es ella misma, ni tampoco su grupo de monstruos, que la acompañaba a todas partes para pelearse, insultarse y agredirse en los platós, que es lo que se llevaba en la tele de finales de los noventa, donde los billetes a percibir aumentaban en función de la agresividad y el tamaño de los insultos. 

Quien peor sale parado en esta serie es Sardà y su grupo de palmeros sentados alrededor de esa mesa en la que se hacía un programa demasiadas veces zafio, agresivo y montajista que, visto con los ojos de hoy, calificaríamos de telebasura, aunque, en realidad, visto con los ojos de entonces también se le etiquetó como tal, incluso desde los accionistas de su propia cadena y de ahí surgió la célebre frase, a modo de respuesta, de un encabronado Sardà: “Telebasura, ¡tu puta madre!”. 

Es Nacho Vigalondo, el creador de la serie producida por los Javis, quien se mete en la piel del marciano jefe para replicar aquel programa donde todo era posible: subirse a la mesa para quedarse en calzoncillos (o sin ellos), sacar a una invitada disfrazarla de momia para mostrar el resultado de sus operaciones estéticas o que un tipo te quitara el sujetador y te sobara las tetas en una entrevista. 

"La serie mima a Tamara e idolatra a la madre de la artista”

La serie caricaturiza aquella televisión retratando de forma grotesca a los entonces héroes de las audiencias que llevaban, a cambio de dinero, a ciertos personajes a la tele para reírse de ellos y hasta de su señora madre. Y, por el contrario, la serie mima, humaniza y dibuja con trazo suave (quizás excesivo) a esas víctimas a las que ridiculizaban: a Tamara, pero también a Leonardo Dantés, Tony Genil, Paco Porras, Loli Álvarez y Arlekín, aquellos monstruos que parasitaban a la cantante de los playbacks y los montajes. Y hasta idolatra a la madre de la artista, doña Margarita Seisdedos, hasta convertirla en casi la protagonista de la serie, que abre y cierra. O, al menos, en la historia de amor más convincente, la de una madre que lo da todo por su hija, a la que ve siempre como a una niña.

Si algo sorprende de 'Superestar' es la buena mano de Vigalondo para alejarse del típico biopic, pero hay que poner en valor el buen trabajo de todos esos actores, conocidísimos, para que veamos en ellos aquellos frikis a los que la tele denostaba pero no paraba de llamar para dar espectáculo y audiencia. Prueba del buen trabajo que realiza Ingrid García-Jonsson es que me la creo más a ella que a la Tamara real (hoy Yurena) cuando la veo, a continuación, en el documental, tan afectadísima y sobreactuada por ese fallo en su actuación discotequera o cuando fue el otro día de invitada escoba a '¡De Viernes!' contando lo de la cortina. Bueno, hay algo que sí me creo: esa angustia, ese dolor, ese intento por no derrumbarse cuando ve alguna imagen o le hablan de su madre, ya fallecida. Ahí sí me la creo. Del todo.