El día 28 de abril, el del apagón o fundido en negro, cada uno tiene su propia historia; yo voy a tratar de reflejar la mía.
Ese día estaba invitado a asistir a la una del mediodía en un txoko del centro de Bilbao a una comida-coloquio en la que se presentaba un libro sobre Inteligencia Artificial.
Estando ubicado muy cerca, en un rascacielos y en uno de los últimos pisos, decidí salir sobre las doce y media para dirigirme al txoko. No lo podría jurar, pero cuando salí al descansillo de la escalera creo que había luz y a punto estuve de llamar al ascensor. No lo hice, en primera instancia, porque me di cuenta al tocar el bolsillo de la chaqueta que me había dejado el papel (me gusta siempre llevarlo) de la convocatoria y decidí volver a por él. Una vez recogido y de vuelta en el descansillo no había luz en la escalera y no funcionaban ninguno de los dos ascensores.
Ya que tenía la cita prevista, decidí bajar andando y casi a oscuras los cerca de veinte pisos hasta el portal. Mientras bajaba -siempre más cómodo-, subían personas, algunas cargadas con compras, jurando en arameo. Al llegar al portal, se encontraba el portero con un montón de gente, alguno comprobando la caja de conexiones y todos extrañados porque al parecer en más de cincuenta años - la edad del edificio-, nunca se habían estropeado los dos ascensores a la vez.
Salí del portal pensando que era algo que afectaba solo a nuestro edificio, pero pronto pude comprobar que era generalizado: afectaba a los edificios circundantes, a los comercios, a los semáforos, … La gente se arremolinaba a la entrada de los edificios (el día era luminoso y caluroso) y vehículos y peatones intentaban organizarse como podían.
Empecé pensando, ilusamente y por intentar ver algo positivo en el asunto, que se habían iniciado las excavaciones para la estación de AVE de Abando y alguien, sin querer, había cortado un cable. Pero al llegar a la entrada de acceso al txoko, ya se compartía información sobre un apagón, al parecer generalizado en –se decía– al menos España, Portugal y Francia. Las elucubraciones sobre la posibilidad de un sabotaje geopolítico no tardaron en aflorar.
Los organizadores del evento sobre inteligencia artificial demostraron no carecer de inteligencia natural. Rápidamente compraron un montón de velas y eso posibilito que pudiésemos iniciar la sesión a la luz de las velas. Luego nos vendría la luz y la pudimos completar viéndonos las caras.
Dos comentarios. Primero, que me libré por los pelos (o vaya usted a saber la razón) de quedarme atrapado en el ascensor. Segundo, que resulta aparentemente contradictorio tratar el asunto tecnológico más disruptivo y moderno que ahora se puede afrontar (la IA) de una manera bastante tradicional (con velas).
También surgen lecciones a aprender. Que, a pesar de los innegables avances científicos, no dejamos de ser muy vulnerables. Que es conveniente no perder la capacidad de resiliencia. Que ante los nuevos descubrimientos no debemos desdeñar los viejos. Que debemos cuidar las dotes de improvisación. Y sobre todo, que debemos ser más humildes.
Como sobre las causas del apagón siguen las investigaciones, como unos y otros tratan de poner el foco o la pelota en tejado ajeno, simplemente un apunte, no siendo técnico en la materia. Como parece necesario un equilibrio entre diversos tipos de energía, que, por favor, las decisiones no las tomen quienes tienen intereses económicos sobre las mismas, sino que se tomen por interés humano. Sigo pensando que las energías verdes son menos perjudiciales para el planeta y sus habitantes y que la energía nuclear –lo dice alguien criado con el lema “Nuklearik Ez” y la película El síndrome de China– no parece la más adecuada. Estando de acuerdo en que los criterios sean más técnicos que ideológicos, la última decisión debe atender al interés público y no al privado.
Volviendo a la IA y ahora que hay expertos hasta debajo las piedras, creo que debemos ponerla en sus justos términos. Hay quien nos asusta en que la singularidad va a llevar al ser humano al ostracismo y que estamos perdidos. Lógicamente su desarrollo y evolución va a suponer muchos cambios, pero debemos verla como una herramienta más en la propia evolución del ser humano, tratar de controlarla y que lejos de complicarnos la vida, nos la haga más fácil y que podamos llegar al sueño de Keynes, que en 1928 -mirando a cien años vista- defendía que, gracias al desarrollo tecnológico, íbamos a trabajar tres horas al día o quince horas a la semana. Y Keynes no era de Sumar.
Ya que atisbamos, por circunstancias sobrevenidas, la IA a la luz de las velas, tengamos la clarividencia de, tomando las precauciones que sean necesarias, verla como una oportunidad para el desarrollo de la humanidad. Economista por vocación, escritor por afición y humanista por convicción