Las y los jóvenes vascos son razonablemente felices. Su nivel de bienestar personal es elevado y solo lo empaña la incertidumbre, casi limitada a la económica y sus implicaciones: emancipación y descendencia. La incertidumbre también se trabaja. El anhelo de emancipación no es de hoy; hace treinta años, la accesibilidad quizá era superior, pero los estándares de esa emancipación eran inferiores. El “equipamiento” que se ha vuelto imprescindible en el bagaje juvenil no existía entonces. La duda es consustancial y no sé si nuestros jóvenes hoy son más sufridores. Hay y había frustración. Y quien la alimenta.