No hace tanto los cagatintas veíamos agosto al tiempo como un erial y un oasis. Por una parte suponía un descanso de los temas recurrentes del resto de los meses, en los cuales dabas una patada a una piedra y saltaban los asuntos de interés. Pero por otra parte ese parón generalizado obligaba a buscar pretextos habitualmente peregrinos, cuando no directamente tan gratuitos como lerdos. Debería hablar únicamente por mí, pero estoy seguro de que era una epidemia profesional. Y ahí lo dejo.

Últimamente, sin embargo, los protagonistas de la actualidad -humanos o no- parecen haberse puesto de acuerdo para que este mes de termómetros desquiciados a los arribafirmantes “no nos falte de ná”. Desde nuestros excelsos, talentosos y educados líderes políticos, pasando por el indeseado cambio climático y sus consecuencias (el único cambio a peor de los muchos necesarios a mejor), a plagas diversas e insectos y seres microscópicos sin más ocupación aparente que jodernos de manera minuciosa. Y pregunta para metaecologistas cum laude y balcones a la calle: ¿es admisible, desde una perspectiva animalisticamente correcta, aniquilar mosquitos tigre y virus de la viruela del mono, o es cruel? Quien confunda esto con la tauromaquia o tirar cabras de un campanario que se pase a los sudokus, que no presentan dilemas.

Por si no bastara con bichos asquerosamente aviesos, cuya existencia es de una utilidad bastante más que discutible, hemos hecho las cosas tan mal a lo largo de nuestro ejercicio como Reyes de la Creación que hemos acabado rompiendo el reloj del clima a fuerza de no darle cuerda. O de darle demasiada, tal vez. En todo caso, agosto es el mes preferido por las olas de calor asesino para presentar sus credenciales ante los medios reventando termómetros por todas partes. Y gotas frías, tormentas incendiarias y pedregadas dignas de mejor causa también, claro. Aunque no descarto que en noviembre o diciembre yo esté en la puerta de un bar fumando un cigarrito, vaya al baño a dedicarme a mis labores y a la vuelta me encuentre en la acera con un aluvión de esquiadores que aprovechan una nueva glaciación. Por si es la última y se acabó la broma, claro.

Pero ya digo, ni siquiera nuestros eximios próceres descansan. Desde Pedro Sánchez y su querella compartida con su Begoña del alma contra el juez Peinado (con gomina, como todo señor de derechas) hasta los millonarios contratos de la Xunta gallega con la empresa dirigida allí por la hermana de Núñez Feijóo (mediante prima carnal y alta funcionaria).

¿Cómo no van a venir los extranjeros a vernos en verano?