CONTINÚA la guerra en Ucrania sin visos de solución a corto plazo. Estamos más pendientes de este conflicto por cuatro razones. En primer lugar, se encuentra en Europa. En segundo lugar, afecta de manera diferencial a la parte más sensible del cuerpo humano: el bolsillo. Sí, el precio de la energía se ha estabilizado por momentos, aunque su volatilidad persiste. Además, las cadenas de suministro mundiales se han visto afectadas como consecuencia de sanciones o estrategias económicas que se aplican entre sí los diferentes países. Consecuencia: inflación. Recordemos las no tan lejanas guerras en los Balcanes: Serbia, Bosnia, Croacia. No tuvieron tanta influencia en la economía del resto del continente. En tercer lugar, es un conflicto entre dos países. Por la razón que sea, eso siempre es más mediático. Ucrania nos sirve de ejemplo. Cuando la batalla era en el interior no teníamos información alguna sobre lo que estaba pasando. El fútbol nos ayuda a comprender la idea. El Shakhtar Donetsk lleva nueve años sin poder jugar de local. Sí: nueve años. No sabíamos nada. Nos hemos enterado del problema del Donbás (una de las zonas ucranianas en disputa) debido a que se ha generalizado a dos países soberanos.

Falta la última razón, que es la más preocupante: el tema nuclear. El botón siempre está ahí y su uso no tiene posible vuelta atrás. En este caso, existe la opción de la retirada, pero no la opción de la derrota. Es algo que está integrado en la naturaleza, sobre todo en la naturaleza humana: si sé que voy a morir, es mejor morir matando.

Antes de buscar posibles soluciones, vamos a considerar tres aspectos relevantes. En primer lugar, el gasto militar de los países europeos se ha disparado. Recordemos cuando el ahora presidente del gobierno Pedro Sánchez abogaba por suprimir el Ministerio de Defensa. En fin, habrá sido otro cambio de opinión. El asunto pertinente es que el gasto militar ha pasado de ser un máximo a un mínimo. Ese umbral es del 2% del PIB. Extraña la costumbre de decir las cantidades económicas (déficit, deuda pública) en términos de PIB. Bien mirado, tiene su sentido. El 2% del PIB son 24.000.000.000 euros, es decir, 24.000 millones de euros. Sí: nuestra percepción es muy sensible, y la manera de dar los números influye en la misma. Un tanto por ciento parece una cantidad mucho menor que los millones de euros gastados. En segundo lugar y más importante, los “efectos colaterales” de las guerras, en términos de fallecidos, sean militares o civiles. En verdad, la humanidad no ha avanzado tanto como nos quieren hacer ver debido a la naturalidad con la que se asumen estos conflictos tan horrorosos. Es la fuerza del ejemplo: consideramos que no hay razón posible que justifique un asesinato. Por eso en tantos países está prohibida la pena de muerte. Sin embargo, consideramos inevitable los fallecidos en las guerras. En efecto, un muerto es un drama y miles de muertos son una estadística. En tercer lugar, queda claro que los países siguen sus intereses y punto. Muchas veces una “razón humanitaria” tiene una “razón económica” detrás. Así se comprenden muchos comportamientos.

El 6 de agosto del año 1945 se lanzó la bomba atómica en Hiroshima y el 9 de agosto se repitió el lanzamiento en Nagasaki. Los efectos destructores de las mismas son conocidos por todos. Por ello, a comienzos de agosto se recuerda siempre este suceso, quizás el más triste en la historia de la humanidad. Cierto es que la primera prueba se realizó el 16 de julio del mismo año en un desierto de Nuevo México (Estados Unidos). El director científico del proyecto, Robert Oppenheimer, es recordado ahora en una excelente película del director Christopher Nolan.

Muchos historiadores no comprenden la razón por la que no se lanzó la primera bomba a una zona deshabitada de Japón solicitando así la rendición del país. Muchas personas buscan comprender la razón por la que no se para esta pesadilla de una vez y se emprenden conversaciones de paz. La economía de la conducta plantea dos respuestas. En primer lugar, los costes hundidos. Las pérdidas económicas y humanas de cada país son tan siderales que no pueden firmar la paz a cualquier precio. Claro que eso va a empeorar la situación actual. Por desgracia, lo perdido, perdido está. En segundo lugar, las metas de los líderes de cada país. Lo que deseamos (ganar la guerra) tiene considerables efectos, casi todos ocultos, en nuestras mentes y conductas. Está demostrado: nuestras metas ejercen una influencia tan poderosa que se anteponen a nuestros valores y creencias de toda una vida. Por eso se cruzan límites inadmisibles.

Por eso existen movimientos, como la coalición internacional para la paz (CIP) que solicitan el fin de los bloques y el inicio, de una vez, de conversaciones de paz.

Un 6 o un 9 de agosto son buenos días para recordarlo.

* Economía de la Conducta. UNED de Tudela