En los años noventa, el Grand Prix era la versión pobre y algo hortera del siempre grandioso, divertido e internacional Juegos sin fronteras, una especie de Eurovisión de trompazos (con vaquilla, eso sí), que hasta entonces veíamos cada verano (TVE empezó a participar en 1988), en el que los países, en lugar de desafinar en un escenario vestidos de lentejuela, competían en una yincana gigante por tierra, agua y aire vestidos con disfraces extravagantes. Eran las olimpiadas de los frikis. Quienes tuvimos tele francesa antes de que nacieran las teles privadas españolas, disfrutábamos también ya antes del Intervilles, un Juegos sin fronteras entre pueblos franceses que se organizaba en exteriores desde el año 1962 y donde, ahí, sí, también triunfaban las vaquillas.  

Por eso, la llegada del Grand Prix a TVE, que el primer verano se llamó Cuando calienta el sol, y tomó prestado el aire marinero y hortera que usaba Tele 5 para enseñar tetas a discreción en aquella pantomima que llamó Ay qué calor, decepcionó tanto a quienes conocimos y disfrutamos de sus predecesores como fascinó a esa generación virgen de referentes que, además del Grand Prix idealizó La noche de los castillos, que era aburridísimo y resultó un gran fracaso.

Pero el Grand Prix de Ramontxu encontró su sitio, lo libraron de las siempre odiosas comparaciones retirándose TVE de la competición de Juegos sin fronteras y se convirtió en una animada cita veraniega en la que las cadenas privadas, como en Nochevieja, fueron dejando libre la parrilla para ahorrar costes (y aumentar sus beneficios anuales), y primero se cargaron los grandes formatos del verano y luego ya los del resto del año hasta acabar con una televisión hecha con una mesa y cuatro sillas que es lo que hoy se estila, incluso desde el mismo plató como hace Tele 5 con todos sus cansinos programas nocturnos.

Y por eso había ganas de Grand Prix y su regreso luce hoy más espectacular y divertido que nunca, porque hace demasiado que no veíamos en televisión un formato tan grande, con tantos participantes y con tanta gente en las gradas, que es algo que, en esta tele radiada a la que nos han acostumbrado, impresiona. Y Ramón García, pese al tiempo pasado, luce igual de eficaz (pendiente de todo y de todos) y divertido. Acertó al reivindicar la vuelta de este formato y TVE ha acertado también al recuperarle a él para el formato. Pero también los responsables del programar al pasar el cepillo para quitarle la caspa e incorporar las acertadas novedades del gimnasta Wilbur, el dinosaurio Nico y la vaquilla María Fernanda, una vez que no pueden usar animales en el plató. Lo que no nos han explicado es por qué no está Ibai Llanos, con quien intentó resucitar (y rejuvenecer) el formato cuando nadie daba dos duros por él.