LOS cuatro jinetes del Apocalipsis aparecen en el último libro del Nuevo Testamento y según algunos expertos, representan la conquista (¿del reino de los cielos?) y la victoria, la guerra, la hambruna y la muerte.

Puede parecer excesivo aplicarlo a cuatro personajes de la política actual, aunque tras analizarlo con detenimiento, no parece tan descabellado. Pablo Iglesias, Irene Montero, Ione Belarra y Pablo Echenique son el núcleo duro que dirige con mano de hierro un movimiento como Podemos, que nació para romper los viejos moldes y ha acabado impregnado de lo peor de ellos. Vencieron y conquistaron tras la ola del 15-M, guerrearon a diestro y siniestro, han sufrido en las últimas elecciones la hambruna de los votos y parecen ahora condenados por su torpeza a su propia muerte y desaparición.

El problema en estos casos es que la falta de autocrítica, la soberbia de quien se cree siempre en poder de la verdad absoluta, les puede llevar a morir matando, tanto al nuevo movimiento en el que se acaban de integrar a regañadientes, Sumar, como a las izquierdas en su conjunto. Lo ocurrido en estos últimos días se acerca mucho al esperpento, primero poniendo todas las trabas posibles a la negociación, llevándola al límite, haciendo que perdiera credibilidad; después, cuestionando una firma del acuerdo final que estamparon su secretaria general, Ione Belarra, y la de organización, Lilth Verstrynge.

En él se señalaban los supuestos puestos de salir que correspondían a Podemos, por cierto, mejorando lo que realmente les correspondían por sus malísimos resultados del 28-M. Entre ellos estaba el número 5 de la lista de Sumar en Madrid, lugar donde militan Belarra y Montero, decantándose por la primera.

¿Eso supone un veto a Irene Montero? Indudablemente no. ¿Pretenden con esta presión innecesaria forzar que entren las dos? No parece que eso responda a lo acordado y además supondría que para ello alguien de otro grupo debería salir.

Siempre resulta poco edificante y presentable batallar por nombres en las listas y no parece, al menos por lo que trasciende, que existan diferencias ideológicas y programáticas. ¿Para qué tanto ruido entonces? ¿A quién beneficia y perjudica?

Las respuestas parecen evidentes.

Quizás el gurú que mece la cuna desde Galapagar esté manejando la tesis de que para sus intereses de resucitar políticamente y mediáticamente, lo más conveniente sea que Sumar fracase, que ese fracaso se extienda a toda la izquierda creando así una crisis profunda, que abra de par en par las puertas de la Moncloa a PP-Vox.

Eso provocaría la probable desaparición de la propia Yolanda Díaz y de Pedro Sánchez, quedando solo él como salvador que se enfrentaría a esas derechas envalentonadas. Arriesgada jugada con tintes de insensatez, porque cuando la derecha llega al poder resulta extremadamente difícil descabalgarla de él, al menos en los siguientes ocho años.

¿Pretenden Pablo Iglesias y el resto de los cuatro jinetes llevar a la ciudadanía española, en especial a los sectores más desfavorecidos, a ese largo periodo de “sangre, sudor y lágrimas”?

¿Qué efectos podría tener en nuestro país, especialmente teniendo en cuenta que en la ecuación entraría un partido de extrema derecha con detalles fascistoides?

Mientras, el PP acaba de cruzar definitivamente “la delgada línea roja”.

Existe una obra de arte en el cine dirigida por el admirado Terrence Malick que se llama precisamente como el título de esta reflexión, La delgada línea roja.

He visionado esta cinta en numerosas ocasiones, profundizando sobre el mensaje que nos manda el autor a través de ella. Se desarrolla en una selva paradisíaca a donde llega la guerra con su crueldad máxima, la batalla al límite entre el bien y el mal, entre lo bello y el horror.

Ahí está precisamente la respuesta a mis interrogantes. La delgada línea roja separa ese bien de ese mal.

Después se ha aplicado en numerosas ocasiones a diferentes situaciones, especialmente en la actividad política.

Cruzar definitivamente esa delgada línea es precisamente lo que acaba de completar el martes el PP, al pactar en la Comunidad Valenciana un gobierno de coalición con Vox.

Ya no es una excepción como era CyL, porque a ese hecho se le han añadido acuerdos en el mismo sentido en Elche, Toledo, Guadalajara y después vendrán Burgos, Valladolid, Aragón, Extremadura y las 153 poblaciones en las que el sábado les necesitan para acceder al poder, en muchos casos arrebatándoselo a la lista más votada, la del PSOE.

El 13 de junio, martes, es ya un día marcado en negro en la historia de nuestro país.

Ese día el PP ha pasado de ser una derecha sin más, a una derecha extrema que pacta sin pudor con una extrema derecha con muchos rasgos de fascista. Quizás en el fragor de la noticia no caigamos en lo trascendental de este hecho que jamás debió suceder, pero con la calma del tiempo iremos siendo conscientes de la trascendencia de ello, al menos las gentes que reflexionamos con una cierta sensatez.

El PP ha sabido hacer una profunda labor de pedagogía con la ayuda de su poderoso entramado mediático para limpiar a Vox.

Mientras tanto una izquierda acobardada ha vivido a la defensiva la campaña del 28-M con respecto a Bildu y ERC y amenaza con hacer lo mismo ahora. Lo que va a ocurrir el próximo sábado en Pamplona a diferencia de esas 153 localidades mencionadas es un signo evidente de ello.

Ahora solo cabe esperar que esos irresponsables cuatrojinetes del Apocalipsis que en la izquierda están ziriqueando de manera infantil, se caigan del caballo como San Pablo y sean conscientes de que ahora especialmente toca sumar y no restar, trabajar por las izquierdas y no destrozarla con posiciones personalistas, ser generosos con altura de miras y no egoístas y vacuos.

Esa línea roja no solo aparece en estos instantes para la derecha, también lo hace para una parte de la izquierda.

Veremos.