CON eso de que esta columna aparece los lunes siempre me toca escribir precisamente en ese al que llaman “el lunes más triste del año”, el Blue Monday, que en inglés es una marca con tirón. Aunque cuando apareció escribí indignado por esta memez, lo cierto es que intento soslayar la estupidez cada año porque el tema no da para mucho más y a estas alturas debería estar olvidado. Ya cuando nació la peregrina fórmula que calculaba el día más depresivo del año estaba claro que era simplemente un montaje publicitario para una agencia de viajes vestido de pseudopsicología pop, auspiciado por el nombre de un tipo que por otro lado tampoco era nadie especialmente experto en el tema de una tal universidad inglesa para más relumbrón.

Yendo al fondo del asunto, la ecuación planteaba que teniendo en cuenta los tiempos en que descansamos, consumimos actividades culturales o nos relajamos frente a lo que nos cuesta viajar al trabajo, los retrasos por el tráfico, el tiempo en que nos estresamos o varias imbecilidades más (se lo juro por la wikipedia, está todo ahí) sale un guarismo que nos marca si el día es chungo o no. Y que el tercer lunes (porque sí, porque yo lo valgo diríamos) del año es el peor de todos. Que podría tener su lógica si uno se pone a mirar la cuesta de enero, el frío o yo qué sé, pero es que ni la tiene ni puede ser cierto que colectivamente toda la población del mundo nos encontremos en el peor día de nuestro año.

Qué cansino oírlo y más aguantar cada año a quien lo justifica desde una pretendida óptica científica. No hay tal, es un montaje publicitario y no tiene nada que ver con nosotros ni nos afecta así que mejor olvidémonos. Quédense con la frase anterior: si se la aplicamos a tantas y tantas cosas que nos venden como noticia últimamente cuadra perfectamente, hasta lo del salpique.