LA opinión pública se construye con buenos relatos. O, en su defecto, con insistencia en uno malo. Desde la Tierra plana hasta la supremacía aria, triunfaron relatos que acabaron cayendo –o no, que de todo sigue habiendo– después de haber justificado mucha barbaridad.

Sin llegar tan lejos, aún, los relatos que se construyen y se publicitan marcan las agendas y crean convicciones. O descartan otras. Estos días hace fortuna en la Villa y Corte de Madrid la batalla del relato sobre el delito de sedición. Confrontan hasta tres mensajes; los dos primeros chocan frontalmente en la hipótesis de que la decisión de derogar el delito de sedición fue consecuencia de la ruptura del diálogo de PSOE y PP sobre la renovación de la justicia: que la ruptura del PP precipitó el acuerdo de Sánchez con ERC. Frente a este, otra versión publicada y publicitada que sostiene que la ruptura del PP se justifica en el inminente acuerdo con los independentistas catalanes. Y, al hilo de esto, se publicita ya otro capítulo que sostiene que la gran virtud del pacto sobre la sedición no es tanto que sea justo como que cause la ruptura del independentismo.

Los análisis publicados por los grandes creadores de opinión del Estado alimentan estas hipótesis como ciertas, animados a crear el estado de ánimo consecuente con cada una de ellas. Por el camino parece haber quedado de momento la crisis de Melilla y la inestabilidad del ministro Grande-Marlaska lo que, a ojos del Ejecutivo español, es otra virtud de hablar de sedición.

En la hoja de ruta del relato pueden comprobar los lectores el ominoso silencio en el que han enterrado la entrevista a José Barrionuevo y su justificación de los GAL. Tan amortizado está en Madrid que las voces valientes en el PSE que se alzaron para condenarlo ya están en la etapa siguiente. Nada que ganar ya enarbolando dignidad si en el prime time no hay hueco.