EL pasado 12 de septiembre, sin apenas eco informativo, se inauguró en Donostia la estatua de D. Jesús María de Leizaola, segundo lehendakari de la historia de Euzkadi. Donostiarra, jefe de Hacienda del Ayuntamiento de Bilbao, diputado por Gipuzkoa, consejero de Justicia y Cultura del primer Gobierno vasco, creador de la Universidad Vasca, perseguido, exiliado y tras la muerte del lehendakari Aguirre en París (1960) segundo lehendakari de nuestra historia. Regresó del exilio en diciembre de 1979 y falleció en Donostia diez años después con 92 años. Si una personalidad de esta categoría y envergadura no tiene derecho a una estatua, que venga Rodín y que lo vea. Cuando falleció, el gobierno Ardanza y concretamente el vicelehendakari Azua, organizó las exequias con exposición del féretro en la Diputación de Gipuzkoa, visita de personalidades y público, procesión por las calles hasta llegar a la iglesia de Santa María y entierro en Polloe. Todo muy sentido, serio e impecable.

El lehendakari Leizaola visto por su nieto y por Arzalluz

La escultura es obra del artista Xebas Larrañaga y fue encargada por el diputado general de Gipuzkoa, Joxe Joan González de Txabarri e inaugurada ante la presencia de todos los lehendakaris (Garaikoetxea, Ardanza, Ibarretxe) el 13 de junio de 2007. Y desde entonces e incompresiblemente había estado casi 15 años en el Patio de Honor de la Diputación cuando su lugar era la calle y mirando al mar. Leizaola decía que la política era estar en cubierta de un barco, donde todo se mueve, y no en tierra firme. Ahora su escultura está en el Puente de Santa Catalina, en la Plaza Euskadi. La Diputación la ha donado al Ayuntamiento.

Hubiera sido adecuado haber contado previamente con la agenda del lehendakari Urkullu para que acto de tanta trascendencia en la ciudad lo presidiera él. Estuvo el lehendakari Ardanza, pero no los lehendakaris Garaikoetxea, Ibarretxe ni López. No se inauguran estatuas todos los días y esta tenía especial valor. Sí estuvieron representantes de todos los partidos, pero no los alcaldes previos ni los diputados generales ni tampoco González de Txabarri, que fue quien la encargó. Y es una lástima, pues una estatua es un homenaje a la trayectoria de toda una vida y la puesta a la vista pública de un referente.

Xabier Arzalluz opinaba así del lehendakari Leizaola tras su regreso en 1979 y para el libro de Carlos Blasco:

“Tenemos entre nosotros a Leizaola, como una roca. 85 años. Con la mente lúcida, entera, repleta. Firme y fresco como un abedul. Con el estómago como una caldera de remolcador. Lo sabe todo. Recuerda todo. Pero se niega a escribir sus memorias.

Leizaola tuvo un gran handicap. El haber tenido de antecesor a un Aguirre. No tanto por las indiscutibles cualidades de líder de acción que poseyó José Antonio. Sobre todo, porque Aguirre vivió con apoyos importantes y pudo desplegar una acción importante. Aquel hombre, de un optimismo inquebrantable, murió abatido. O lo mató el abatimiento de la traición y del abandono político. El pueblo vasco no debe olvidar a Aguirre. Pero tampoco debe olvidar la circunstancia política que causó su muerte y la gran decepción de los nacionalistas vascos. Porque es toda una dura lección política para un pueblo ingenuo.

Leizaola heredó la decepción colectiva y el ostracismo político. Veinte años con las manos atadas manteniendo el testigo de la legitimidad. Hasta que murió el dictador y comenzó un nuevo periodo político. Uno tras otro murieron todos sus compañeros nacionalistas miembros del Gobierno vasco. Y Dios le dio larga vida para entregar el testigo a Garaikoetxea en Gernika.

Frente al activo Aguirre, al temperamental e impulsivo Irujo o al duro y tenaz Ajuriaguerra, Leizaola pasa por “avefría”. Pero Leizaola no solo fue el único alto funcionario del equipo nacionalista. No solo ha sido el político cauto, ordenado, acostumbrado a la objetividad y al metódico curso procesal de los expedientes. Es, además, un poeta sensible. Hombre de una profunda afectividad, soterrada en una amplia percepción del sentido de la Historia. Un contemplativo e intérprete de la Historia. Imperturbable. Desesperante para quienes se acercan a él en busca de recetas de acción. Pero inagotable para quienes buscan soluciones inmersas en una perspectiva histórica. De la que por cierto tan ayunas están las nuevas generaciones.

Leizaola, en su ancianidad, es como una roca azotada por el mar. Vivió en su entorno infantil el eco de las guerras carlistas, de la destrucción de San Sebastián. Fue protagonista destacado de la hecatombe del 36. El último miembro del Gobierno en evacuar. Bilbao. Padeció muy de cerca la segunda guerra mundial. Cristiano, occidental (pero con gran respeto a los rusos), demócrata, honesto y conciliador. Y un mensaje final a nuestro pueblo: Que tenga esperanza y que sepa que del trabajo sale todo”.

En 1979, fletamos un avión de Aviaco para traerlo desde París. En una de las fotos aparecía el lehendakari y a su lado un crío, Xabier Bindel Leizaola, hijo de Estibaliz, una de las seis hijas del lehendakari, jugando con el sombrero de su aitona. En la actualidad es un alto ejecutivo de JP Morgan, siendo coordinador de Banca de Inversiones en Tecnología para Europa, Oriente Medio y África. En el acto de Donostia dirigió unas palabras a los asistentes. Como no me vio en la inauguración tuvo la gentileza de enviarme su discurso del que reseño su parte final por falta de espacio y con el que termino este trabajo.

“Este hombre que miramos ha encarnado a Euskadi. Para muchos, era una evidencia, un motivo de orgullo, un fermento de unidad. Pertenece a un linaje de individuos que son las luces nunca apagadas de nuestro imaginario colectivo, de un orgullo cultural, de la identidad misma de Euskadi. Por supuesto, somos hijos de nuestros recorridos individuales, de los acontecimientos de nuestro tiempo. De las evoluciones de nuestras sociedades, pero también llevamos en nosotros la memoria de quienes han hecho historia.

Frente a esta herencia tenemos una responsabilidad común de hacerla vivir en el presente, y eso es lo que hacemos hoy.

Al colocar aquí una estatua en honor del lehendakari Jesús María de Leizaola, la ciudad de Donostia da el mejor testimonio de sus altruistas aspiraciones, y muestra la importancia que ocupa en el patrimonio Donostiarra y vasco.

Mientras una corriente de censura se eleva en naciones vecinas, mientras se desmontan estatuas para borrar la historia, incluso rehacer la historia, vosotros depositáis una, aquí en Donostia. Porque vuestra historia es bella, excepcionalmente rica y admirada, porque es fuente de orgullo, porque alimenta vidas interiores y da un alma a Euskadi.

Vuestra presencia conjunta lehendakari, diputado general, alcalde y autoridades, demuestra que la cultura y la transmisión del patrimonio cultural es una misión compartida, que concierne a todos y que debe ser radiante.

Y cuando hablamos de cultura, no se trata de lo que ha pertenecido al vasto campo de lo que ya no existe. Por el contrario, esta estatua colocada en medio de todos suscitará la legítima curiosidad de los habitantes de Donostia. Suscitará el diálogo entre una persona inspiradora del pasado y las del presente. Será un puente entre épocas. Será pues un monumento viviente.

El artista Xebas Larrañaga ha sabido crear una obra imponente, que consigue inmortalizar un carácter a la vez que una actitud, un hombre sereno paseando por esta ciudad con su reconocible sombrero.

También estamos invitados a ver en este bronce el símbolo de la llama que habitaba Leizaola, que le animaba en sus reflexiones y ambiciones, la llama de su mirada, los que la han visto, y yo soy uno de ellos, no la olvidan, iluminaba, hacia entrar en calor, guiaba a los que la conocieron.

Es un homenaje para todos los que han sabido, en el momento más duro de las pruebas, dar a un pueblo abatido una voz, una voluntad, una esperanza. Es un hombre para quien hizo vibrar cada letra de la hermosa palabra Euskadi, para quien tomó parte en un sobresalto colectivo. Es un homenaje también para el hombre apasionado por esta tierra, portador del ideal más exigente: la unidad y la integridad de Euskadi.

Señoras y señores, pueda el recuerdo de Leizaola alumbrarnos aún durante mucho tiempo. Que, en su entorno, patriota, puro patriota entre los más puros, defensor de los valores democráticos, inclusivos y plurales, puro patriota entre los más puros, defensor de los valores democráticos, inclusivos y plurales, puedan reunirse quienes viven en el respeto de las grandes horas del País Vasco, cuando algunos llevaban la historia y la democracia de este país y prologaban su eternidad.

Los transeúntes se inspirarán en ello, es vuestro deseo, es nuestro deseo, el respeto y el culto de quienes contribuyeron a elevar a Euskadi, de quien debe, a su vez, asegurar el futuro y continuar la historia. Eskerrik asko”.

NB. ¿No creen que esta inauguración debería haber sido un inmenso homenaje sin exclusiones? l

* Diputado y senador de EAJ-PNV (1985-2015)