Dicen que la visita de Alberto Núñez Feijóo al Círculo de Empresarios Vascos en Getxo tuvo menos fanfarria que la de Ayuso hace unas semanas a los empresarios alaveses. En ciertos círculos las cosas se hacen con menos ruido y más calado. Frente a los torpedos ruidosos de la presidenta de Madrid, Feijóo es más de cargas de profundidad que no levanten chorros de agua que alboroten a todo el mundo. Pero explotar, explotan igual.

La explosión controlada tiene la misma receta alardeada en la Villa y Corte pero sigue sin ofrecer en el prospecto la descripción sincera de los efectos secundarios. Que el presidente del PP prescriba a Euskadi rebaja fiscal en un entorno amable tiene poco mérito. Más tendría si cuadrase la ecuación y explicase las erupciones que produce el tratamiento de Ayuso en el cuerpo social de sus administrados. Es cierto que sarna con gusto no pica y, si la ciudadanía madrileña ha elegido ese modelo, tendrá que tragarse la píldora del cierre sistemático de servicios de atención, el recorte de recursos en la asistencia o el deterioro de servicios públicos. A cambio, tienen terrazas a destajo para consolarse.

Pero, ahora, el modelo de éxito que renuncia a reequilibrar la calidad de vida mediante la progresividad de sus impuestos y el rescate social de sus ciudadanos más vulnerables, ha dado otro paso que chirría: facilitar el acceso a becas de educación incluso a las rentas superiores a 100.000 € para que el dinero público pague sus colegios privados.

Como la medida se describe a sí misma me voy a ahorrar el sarcasmo. Pero es importante recordar que los modelos fiscales son a la vez modelos económicos y sociales. Que nuestra fiscalidad vasca no es precisamente la más lesiva de su entorno con las posibilidades de inversión de las empresas y que la progresividad –más renta, más aportación– sigue siendo mayor. Y eso lo saben hasta en el círculo de intereses que aplaude las explosiones controladas de Feijóo.