ÍCESE del macho agresivo y dominante que toma las decisiones por los demás, y en particular por su pareja. Porque más allá de la grosería del deslenguado Chris Rock y del impresentable guantazo que le arrea quien sigue creyéndose el principito de la manada, el mayor bochorno del arrebato del oscarizado Will Smith fue su pose machista defendiendo a su esposa, Jada Pickett, cuando en verdad lo que trataba de poner a salvo era su hombría y virilidad como si ella fuera un trofeo en posesión, aunque públicamente hayan confesado mantener una relación abierta. Debió confundir realidad y ficción al ser premiado por interpretar al padre de dos leyendas tenísticas, las hermanas Williams, un tipo que exprimió hasta el límite el talento de sus hijas con ese gen de masculinidad heteropatriarcal. ¿Le habría arreado el sopapo en caso de que el monologuista fuera una mujer? ¿Preguntó acaso a la suya, que se limitó a torcer el morro, si era preciso ponerle en su sitio a golpe de manotazo? El "así lo hacemos nosotros" que tuiteó su hijo revela el patrón neurológico con que se desenvuelve su padre para proteger "a su gente", fruto de sus experiencias de niñez, a la vista está que sin tratar. Justificar su acción "por amor" es el discurso donde lleva siglos guareciéndose la violencia machista. A Smith no le ofendió la humillación, también violenta, hacia su compañera sino el efecto de las soeces palabras en él. Un macho alfa de tomo y lomo. De manual.

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