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Mesa de Redacción

Susana M. Oxinalde

Mascarilla, segunda pantalla

STRENAMOS la semana del destape reload de la mascarilla y nos surgen sentimientos encontrados. ¿Pero no estábamos saliendo de esta sexta ola que no pudieron contener las mascarillas? ¿Por qué relajarnos si la súpertransmisora ómnicron sigue entre nosotros? ¿Cuál es la razón para tener que llevarla en la calle si dentro del bar me la puedo quitar? Euskadi, con los contagios descendiendo pero los decesos estancados, no tiene claro el fin de la mascarilla en exteriores y estas desescaladas son como ese guapo que promete de lejos y de cerca solo hablas tú. Lo del fin de la mascarilla suena a vieja ranchera, que te ofrece un cielo entero y luego te endosa una decepción. En interiores nos lo fían hasta principios de verano cuando la incidencia caiga al mínimo y estrenemos el prêt-à-porter de la variante primavera-verano de la nueva cepa, más o menos contagiosa, mejor o peor hasta la imposible vacunación global. Así que esta segunda caída de las mascarillas me la tomo como una ventana de oportunidad sin fiarme demasiado de que sea la última con la presión de recordarla en el camino a cualquier cogollo humano, que nadie dice que no se hayan producido brotes al aire libre, ni eso ni lo contrario. Con mis viejos pintalabios caducados me compraré otro para descubrir que lo que se me ha pasado de fecha después de una pandemia es el careto entero pero yo sigo obedeciendo. De momento no me tosa y acuérdese, por el alfabeto griego, de lo que es un metro y medio.

susana.martin@deia.eus