UANDO escribo este artículo es 24 de enero, festividad de nosotros, los periodistas. Anoche, viendo en TV una entrevista a Iñaki Gabilondo, se me

humedecieron los ojos. Éramos dos niños, cuando estudiábamos en la Universidad de Navarra. Iñaki estaba en tercer curso y yo, en primero. Cada uno siguió su camino. Iñaki empezó en la radio en Pamplona mientras hacíamos la carrera, y luego seguimos sendas distintas, creo que queriéndonos y respetándonos. Estábamos llenos de ilusión, empeñándonos en ser los mejores periodistas del mundo. Ahora, mirando alrededor, las lágrimas me caen sin prisa.

Cuando cojo el periódico, los montones de prensa siguen casi iguales al mediodía

que a primera hora de la mañana. Pocos compramos el periódico -nos hemos

acostumbrado al gratis total-, casi te miran mal por ser tan vulgar de leer en

papel. ¿Qué nos ha pasado a los periodistas? ¿Dónde han quedado las ruedas de

prensa brillantes donde las mujeres -pocas entonces- vestíamos con buen gusto y

los chicos, a pesar de la edad, llevaban traje y corbata, todos bien duchados y

peinados? ¿Qué fue de aquella generación que se esforzaba y no publicaba ni una línea sin comprobar la verdad de lo que escribía? El periodista, ese profesional con clase y serenidad que creaba opinión y se arriesgaba por decir lo que creía, al margen de la política y los poderes económicos, ya no existe.

No sé en el momento que nos llegó la crisis. No sé cuando empezó a dejar de brillar nuestra estrella. Pero, de pronto, se dejó de valorar el periodismo y a los periodistas. Hoy, lo único que importa es el divorcio de la infanta Cristina. No se estima el periodismo porque los periodistas han caído -hemos caído- en el periodismo basura. El periódico sale con becarios, profesionales mal pagados que llegan con dificultad a fin de mes. No se cotiza el periodismo, porque hemos perdido la sensibilidad por la verdad, la cultura y el arte. Los periodistas se han apuntado -me cuesta ponerme en ese nosotros- al grupo de los que paguen más,

sin pensar en ideologías. Se cambia de camisa como de zapatos cada día. Pocos

dicen lo que deben y quieren, porque es -suele ser- políticamente incorrecto.

Mantener el criterio y la elegancia en todo momento, decir la verdad, es muy caro.

Creo que nuestro país es uno de los más afectados por la mediocridad. En el

resto del mundo -no en todos los países-, sigue habiendo un periodismo digno,

arriesgado y noble. La política con sus endebles principios ha contagiado a la

más noble de las profesiones. ¿Quién hubiera entendido hace un puñado de

años ir a una rueda de prensa donde se prohíben las preguntas? Éramos el

cuarto poder. No nos hemos revelado y por eso sufrimos las consecuencias. Los

periodistas son -somos- una especie de profesión de pobres de espíritu. El periodismo actual no puede llenar de sueños la cabeza de un joven emprendedor.

El periodismo es la carrera de los que no pueden ser ingenieros o médicos. ¡Qué

injusto! Esos ingenieros y médicos hubieran sido unos eternos desconocidos si no

les hubieran hecho magníficas entrevistas profesionales brillantes. Los intocables,

esa colección de políticos de tres al cuarto, deciden nuestras vidas. Somos corderos en sus manos y los corderos van al matadero, no son animales dignos de cuidado para que no se extinga la especie.

Un político decía que la primera víctima de la guerra era la verdad. En ese campo

de batallas inhóspito hemos caído los que éramos valientes, los que queríamos

contar la vida como es la vida. No como nos hacían creer que era.

Me siento avergonzada por haber llegado a esta situación de desamparo. Hoy gana más un barrendero -es funcionario- que un periodista. El único sueño de la

juventud se ha convertido en ser funcionario. Los valientes se han quedado en la

retaguardia, asustados, viendo que solo brillan los pelotas que se adaptan al

poder.

San Francisco de Sales, ruega por nosotros, por nuestra profesión, por nuestra

dignidad, por volver al camino heroico que nos habíamos trazado en la juventud. * Periodista y escritora