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El sacacorchos

¡Ding!, la cuenta atrás

ING , dong!, ¡ding, dong! y así hasta que se cumplan las doce de la noche, la hora bruja, la hora champán, las doce campanadas más célebres del año. Quienes conviven con un adolescente o alguien joven bien lo saben: en cuanto suena el primer ¡ding! se desatan unas turbulencias en casa y comienza la cuenta atrás para el despegue de la noche desenfrenada con la que, ¡voilá! desaparece un año y aparece otro. Es una fiesta casi sagrada para miles, millones de personas. Un salto al vacío de un año por estrenar. Un salto al vacío que para ellos, la juventud inmortal, no requiere paracaídas alguno.

Hoy les espera una noche bien distinta a la soñada. Para algunos el cierre de los espacios comunes ha sido la guillotina que decapita la celebración y para otros el despendole de contagios de ómicron ha activado la neurona del sentido común. Son los menos. Hay una legión que aguarda al mencionado ¡ding! para buscarse la vida como pueda. Son buscavidas de la diversión, una parte de la juventud a la que le hierve la sangre y no está dispuesta a quedarse en casa para escuchar a Raphael, ver a las vedettes de cualquier musical o jugar al bingo mientras su padre y su tío, que les espetan su falta de imaginación o su falta de sensibilidad, discuten por el color de su partido o por el de la camiseta de su equipo.