L mercado gasista es una auténtica pesadilla para todo Occidente. Los economistas luchan con la galopada de los precios; los distribuidores, con la maraña legislativa internacional; y los políticos se devanan los sesos tratando de descifrar qué pretende realmente Putin generando el actual desmadre del mercado gasista.
De los tres aspectos, el más impenetrable es el último. Porque en un mercado estrangulado por una subida constante de los precios y escasez de oferta, el presidente ruso -Vladímir Putin- declaró hace poco que su país no aprovechará esta coyuntura para ganar mucho dinero vendiendo más en el mercado libre (spotmarket en la jerigonza energética) "...porque Rusia no quiere perder su credibilidad como socio fiable...".
La declaración es sumamente sorprendente tanto por la presente penurias financieras de la Federación Rusa, como por la serie de declaraciones en sentido contrario hechas por altos cargos de Gasprom, la empresa rusa que controla -casi se podría decir, monopoliza- el mercado ruso del gas.
Como cuesta mucho creer que un político tan pragmático como Putin posponga los intereses nacionales en aras de la credibilidad mercantil de la nación, la solución debe estar en algún otro punto del mercado energético. Y por este camino se vislumbran dos razones.
Una, es torpedear el empeño de la Unión Europea de diversificar su red de proveedores de hidrocarburos, reduciendo así la dependencia de Rusia. La otra es asegurar y acelerar la entrada en servicio del segundo gasoducto Rusia-Alemania (Gas Stream 2) cuya entrada en servicio está pendiente del visto bueno comunitario así como del alemán.
Actualmente se bombea ya gas por esas tuberías, pero Moscú afirma que se trata solo de pruebas técnicas de cara a la inminente entrada en servicio.
Y aún queda un tercer tema, menor y permanente en la historia rusa: la inquina infinita contra los enemigos, El autonomismo nacionalista de Ucrania y Bielorrusia amenaza con socavar la magna meta de la política de Putin: volver a unir todos los territorios otrora soviéticos o zaristas bajo la batuta de Moscú y recobrar así el protagonismo histórico. Kiev y Minsk han sido castigados económicamente por el Kremlin gracias a los hidrocarburos. Bielorrusia dejó de recibirlos de Rusia a bajo coste y los gasoductos de Ucrania -una importante fuente de ingresos, de 40 a 50 $ por cada mil metros cúbicos- para este país, apenas son utilizados. Moscú los ha sustituido por los gasoductos del Mar Negro/Turquía y Báltico.
El conflicto con Ucrania es agudísimo desde el conato de secesión del Donbass y Kiev renunció por ello a la compra directa de hidrocarburos a Rusia: los adquiría de Eslovaquia (reverse flow), a lo que Gasprom replicó con la reducción de suministro a Europa (septiembre del 2014 a marzo del 2015) y una pérdida de ingresos del orden de los 5.500 millones de $.
Pese a la envergadura de la jugada, de la coincidencia de intereses gasísticos con Alemania y de las piruetas oratorias de Putin en torno al desmadre del mercado de hidrocarburos, Moscú no está nada seguro de que la UE vaya a autorizar sin más la entrada en servicio del Nord Stream 2. Uno de los grandes obstáculos es la legislación comunitaria que no permite que la producción y distribución de los hidrocarburos pertenezcan a la misma empresa, como es el caso de Gasprom. De ahí que los abogados de esta última preparan una inscripción de Nord Stream 2 como empresa distribuidora de gas e independiente de Gasprom.