NQUIETO, con mil ideas hirviendo en la cabeza, cojo un cigarro, salgo al balcón y busco a mi ama. Ahí está, le miro serio y ella, sonriente, me pregunta qué me pasa. Le explico que tengo la cabeza loca y me corta diciendo que en mi caso ese es un estado normal, que le concrete. No sé hacerlo. Callamos incómodamente un rato hasta que pregunta, por romper el silencio, si de verdad la luz se ha puesto por las nubes. Extrañado, le pregunto si no lo sabía, se ríe y me dice que ha oído rumores, que no lo sabe porque donde ella está hay luz a cascoporro, y además gratis.

Le comento que es un tema de los que me inquieta y que, además, en nuestro caso, se enreda más al depender de energía que producen otros y que en Euskadi no hay manera de poner un proyecto energético en marcha.

Cada vez que el Gobierno da un paso, aparece la muchachada de Bildu, protestan, se manifiestan y a tomar por saco el proyecto.

Me mira estupefacta y comenta lo difícil que hacemos las cosas en este país. Le explico que cuando alguien propone lo que cree es mejor, siempre aparece quien no sabe lo que quiere salvo estar seguro de no querer lo que el otro propone, fundamentalmente porque lo propone el otro. Le digo que creo que el Gobierno vasco está terminando un mapa que señalará los espacios en que será viable poner energía eólica o solar y que esa puede ser una solución para nuestros problemas de energía, pero que sabiendo cómo se las gastan los del no, será imposible.

Me mira con ironía y dice que soy poco listo, que lo mejor es darles ese mapa con espacios para producir energía limpia a los de Bildu y que ellos escojan dónde quieren su añorada soberanía energética. Que ya es hora de aprender a saber, de dejar de negarlo todo y de arriesgar a distinguir lo que es posible para lograr lo que se quiere. Le digo que se lo comentaré a los del Gobierno y nos despedimos con un beso.