AY una manera infalible de sortear el tiempo, lo hacen las estatuas de cera, las miras y a base de barniz sobreviven al reloj y solo necesitan pasarles un paño. La cara de Berlusconi es la de ese gato maquillado de poliespán que ha cumplido 85 años tras dejar a su novia treintañera, y que entre visita y vista al juzgado por las fiestas bunga-bunga, su nuevo capricho es ser presidente de la República. No en vano sus cuatro veces primer ministro y haber sobrevivido a Sarkozy, May y hasta a la propia Merkel te da bonus para optar a la presidencia de Italia y desechar definitivamente la jubilación, con lo que envejece eso. Silvio sale con una diputada de Forza Italia y quiere volver, como el que vuelve del covid para ser presidente por mi cara bonita. De todos aquellos dirigentes europeos, chulazos franceses, alemanas austeras o británicas atribuladas resurge Berlusconi de la mano de lo más ultra a la derecha de Salvini. La alemana ya es inmortal en la retirada y Silvio la resistencia contra la vejez sin dejar de sonreír al borrado de arrugas. Se fueron todos, hasta lo hizo Reino Unido entero y ahora amagan los polacos mientras los viejos dirigentes beben hoy Limoncellos y comen bombones como alegres viudas. Pero solo puede quedar uno y Silvio apunta a la presidencia del país que gobernó a base de señalar a las velinas con el dedo de su bragueta, siempre un semáforo en verde. Ahora solo hay el polvo acumulado en una cara inalterable, dura como el cemento, que dura siempre.

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