I sobrina Nerea, el día que fue por primera vez al cole, al volver a casa dijo a sus padres:

-Pues muy bien, ya he estado en el cole.

Con esta frase escueta quería decir que ya lo había visto y que al día siguiente se pensaba quedar tranquilita jugando y pintando en su habitación. Muchas veces recuerdo está anécdota que repetiríamos en muchas ocasiones.

-Lo he visto, dejadme en paz.

Pero, queramos o no, siempre llega septiembre, los uniformes, los libros, los cuadernos; y para los padres la eterna vuelta a las ocupaciones del año. Recuerdo que cuando fui a trabajar -no tenía ni idea de qué era una redacción de periódico- me sentaba en una silla, leía la prensa del día y, como veía que muchos se iban (a tomar un café o hacer un reportaje, por supuesto), pues yo me marchaba también. Lo hice dos días con total normalidad hasta que mi hermano Javi me preguntó:

-¿Qué horario tienes?

-Pues... -le contesté- voy, estoy un rato y me marcho.

Creo que los gritos aún quedarán por alguna calle de Portugalete. Eso no es trabajar, me contestó escandalizado. Pero luego aprendí, como Nerea, que al cole y al trabajo hay que ir todos los días, aunque haga sol. La vuelta a la realidad del año en nuestra tierra tiene el calendario cambiado. Estamos sacando del armario la ropa de faena y tenemos en un cajón el bañador del verano sin estrenar. El calor se ha presentado cuando ya no podemos ir a la playa. El día cada vez tiene menos horas de luz y la luz es carísima, tan cara que me temo que los colegios cierren por no poder pagar las facturas. Tantos niños con el ordenador abierto desde primera hora de la mañana debe de ser terrible. La vuelta a la realidad por la subida de la luz, va a ser el escándalo del otoño. No sabemos cómo cocinar sin luz, enfriar las bebidas, lavar la ropa, ver la TV. La lista es tan grande que los niños y los mayores diríamos felices "ya he visto el cole y el trabajo, mañana no vuelvo". Así podemos estrenar el traje de baño en plena temporada otoño-invierno.

Es tan difícil entender el tiempo y las obligaciones cotidianas como comprender el doble fondo -si lo hay- del presidente del Gobierno, que ha dicho, y de veras que se ha quedado tan tranquilo, que él, presidente, ha vacunado sin ideología a todos. Una amiga mía está preocupadísima. ¿Esto quiere decir que todos los vacunados somos socialistas? Pues yo creo que no, porque el mundo entero se está vacunado sin que le pidan el carné. Pero parece ser que en este país la permisividad ha sido un regalo de Pedro Sánchez. ¿Quién nos lo iba a decir? Nuestra conciencia va a sufrir con carácter retroactivo un deber -o no deber, porque hay ciudadanos que no se han vacunado- que muchos no nos habíamos cuestionado. Pero nunca pasa nada. El presidente puede decir lo que le dé la gana y a estas alturas nadie se va a desvacunar.

Con todas estas novedades volvemos al cotidiano deber de oír el despertador, levantarnos, ducharnos, y a la calle. Aunque el calor nos derrita la ropa, tenemos que sumar un punto más al cómputo de la estación hasta que lleguen las próximas vacaciones. De todos modos, los pesimistas, con la posibilidad de una tercera dosis, están un poco preocupados después de las declaraciones presidenciales.

Está lloviendo. Así es esta tierra. No piense en el bañador. De nuevo hay que ponerse chubasquero. Además, el chubasquero resbala el agua y, con el agua, todas las palabras fuera de lugar que oímos continuamente.

Pero hay canciones. Gontzal Mendibil ha grabado nuevos temas en euskera de una belleza exquisita. Utiliza el bouzuki griego de fondo con poemas de San Juan de la Cruz. He oído dos: Beliko Iturria y Non ezkutatu zara? Parece como si el mar Cantábrico se hubiera unido místicamente con el mar Egeo. Preciosas. En algunos temas le acompaña Ainhoa Tabuyo. Con 18 años se funde con el maestro en una dulzura infinita. Como escribir a cuatro manos, dos voces en un mismo camino. Es sorprendente el inmenso caudal de inspiración del músico vasco. Recuerdo una vez que vi una exposición que se titulaba La palabra pintada. Una sorpresa. Cuadros realizados por escritores. Gontzal escribe artículos preciosos y luego sabe pintar las palabras con música. Cuentan que Hermann Hesse dibujaba casitas que se convirtieron en valiosas acuarelas que actualmente romperían la mesa de una sala de subastas. Günter Grass pintaba su máquina de escribir y monstruos que saltaban por las páginas de sus novelas. A Henry Miller, cuando le prohibieron Trópico de cáncer pintó miles de acuarelas, Rafael Alberti logró hermanar sus versos con el aleteo de las palomas. Tennessee Williams empezó a pintar de mayor, porque no se le ocurrió otro zoo de cristal con una gata sobre el tejado. Un dibujo para Gontzal es una novela con música.

Hay días, cuando no sé terminar un artículo o una historia, que aparece en mi hombro un brujillo y me enseña un lienzo en blanco. Quiere distraerme, que haga un monigote y piense que es el prólogo de Los miserables. Intento imaginar a Víctor Hugo dibujando al lado de un manuscrito sin terminar. Tiene que ser fascinante que las palabras, cuando no llegan, encuentren notas musicales que transformen las letras en sonidos. Siempre he envidiado la capacidad de creación de un músico.

Ha dejado de llover antes de que termine este rato de desahogo que tengo la suerte de compartir con ustedes. Me gustaría pensar, como Nerea, ya he visto el cole y mañana me quedo en casa. Muchos niños estarían de acuerdo conmigo, dejarían el uniforme colgado en una percha y se pondrían el traje de baño que aún guarda la etiqueta, porque el verano se fue sin llegar. Pasemos página todos juntos. Olvidemos las vacunas y los partidos políticos y nos vamos a cantar una nana para olvidar tanto desatino. * Periodista y escritora