I el medio minuto con Biden en Bruselas se hubiera alargado hasta los dos y medio, o mejor aún, tres, hubiera sido un fin de semana redondo para Pedro Sánchez. Ya nos avisaron de que nunca había que dar por muerto a este hombre. A la misma hora en que, por control remoto, liquidaba políticamente a su mayor adversaria interna, el presidente español contemplaba regocijado el papelón del líder del PP a cuenta de la manifestación del domingo en Madrid.

Por una parte, con la elección del sanchista Espadas, Susana Díaz ya no le va a poder hacer oposición desde el PSOE andaluz.

Por otra, el desenlace de la convocatoria de la derecha contra los indultos a los políticos independentistas catalanes presos ni en sueños hubiera podido resultarle tan rentable políticamente hablando.

Para empezar, por el fiasco en sí de participación que ha supuesto la floja respuesta a la marcha. Para seguir, porque lo ahí escenificado debilita a Casado frente a una emergente Ayuso, en el flanco interno, y frente a un crecido Abascal, en el externo.

Y para terminar, porque lo que reflejaron las cámaras aleja al PP de cualquier perfil centrista, a la par que refuerza en el Congreso a la mayoría que apoyó el cambio en la investidura.

Si alguien a la derecha soñaba con que Sánchez no fuera a acabar la legislatura, que abandone toda esperanza. Si ocurre así será por voluntad propia. Ninguno de sus actuales aliados va a desertar de él, sabiendo como sabe que la alternativa al actual inquilino de la Moncloa es la indignada peña rojigualda del sudoroso domingo madrileño.

La foto de los diputados y senadores de UPN, tan sonrientes ellos el domingo en Colón, nos recuerda que esto también vale para Nafarroa. Por suerte, y también un poquito por desgracia.