EJANDO a un lado la coleta de Pablo Iglesias y el alboroto pueril que ha suscitado su corte, la semana ha estado marcada por la preocupante sentencia del TSJM en un asunto que toca de lleno a las labores de Memoria Histórica. La justicia española, a través del Tribunal Superior de Justicia de Madrid ha absuelto de golpismo y franco-nazismo a Millán Astray y a la División Azul, viejos mitos de la España franquista. Y lo ha hecho con argumentos falaces, cuando no descaradamente falsos, a los que no creo quepa achacar ser fruto de ignorancia, como no sea culposa, es decir, que obedezca a no querer enterarse de lo que la propaganda oficial escondía y seguir con el clima de consignas históricas heredadas del franquismo.

En ese sentido, esta que ordena restituir el nombre de Millán al callejero de Madrid, me parece una sentencia política con todas sus consecuencias, muy celebrada como una victoria contra la izquierda y el separatismo. Sentencia política no ya porque obliga a que permanezcan indeseados recuerdos franquistas, sino porque colabora de manera eficaz y contundente al revisionismo histórico, practicado ahora mismo por la extrema derecha y no tan extrema, y a la recuperación de mitos franquistas hechos seña de identidad y poco menos que banderín de combate. ¿Exagerado? Me temo que a estas alturas de deterioro social y político nada lo es.

Dice el TSJM que no está probado que Millán Astray participara en el golpe militar de 1936. Sin embargo, la documentación existente, por lo que a sus tareas de propaganda se refiere, es abrumadora e insoslayable. Millán Astray fue uno de los pilares más sólidos y activos de la propaganda golpista desde su regreso a la España alzada. No en vano fue el director de Prensa y Propaganda en el gobierno de Salamanca. Es imposible ignorar sus discursos incendiarios, en persona allí por donde pasaba de gira propagandística o en los micrófonos de Radio Nacional (por él creada), publicados luego en prensa, con elogios castrenses que, en la práctica, silenciaban los crímenes cometidos, como por ejemplo los que se publicaron (Diario de Navarra) en elogio de las tropas moras (los llamados negrillos), tras la toma de Talavera, donde se fusiló en masa (calle Carnicerías) y se cometieron crímenes horrendos... De lo sucedido en Pamplona en agosto de 1936 o de la arenga en Campanas, sentado en una silla en plena carretera, a los obreros de Vinícola Navarra (no creo que le hubiese gustado mucho la estrella de David de la chimenea), exhortándoles a ser mansos y a amar a sus patrones, es inútil decir nada, al margen de que fuera una charlotada. Millán, con su presencia teatral y legendaria, y sus discursos, echaba bencina al clima criminal y golpista de la retaguardia. En aquel tiempo las atrocidades eran heroicidades. Basta leer lo publicado y celebrado en los primeros meses del golpe. ¿Cinismo o indocumentación por parte de la magistratura? Con temor me atrevo a afirmar que lo primero: un signo más de la borrasca reaccionaria en la que vivimos. Ni es el primero ni va a ser el último. Lo escribo con más tristeza y decepción que ira.

Hiciera lo que hiciera Millán Astray, ahora mismo sus defensores, admiradores y ensalzadores abundan entre exlegionarios y gente, con responsabilidad política o sin ella, como la ministra de Defensa que opina que la Legión es lo mejor de España; y sigue siendo objeto de culto, como lo fue en el franquismo, cuando se cantaba el Soy el novio de la muerte cada dos por tres, dentro y fuera de los bares. Ahora mismo, la participación de uniformados o semiuniformados en manifestaciones de extrema derecha es un hecho ampliamente documentado. Su intervención en asuntos sociales también. Basta un ejemplo: lo sucedido con la película de Alejandro Amenábar. No son anécdotas, son hechos, sombríos e inquietantes. Los mitos y cultos de aquella época penosa regresan para adornar el retablo reaccionario e involucionista, en el que la historia rigurosa y documentada está de sobra, más que de sobra incluso porque se hace todo lo posible por silenciarla. Esta sentencia contribuye a reforzar los cultos del Nuevo Orden, ese que ya representa una amenaza cierta: en los tribunales, los medios de comunicación convertidos en piquetes o brigadas de combate, las instituciones y las urnas que lo apoyan con sus votos. Un futuro negro está más que servido. Ignorarlo es como mínimo imprudente.