ESAIRADO Trump por las urnas ha sido esta, su bajada a los infiernos electorales con regusto a despido por mal empleado, una caída tan agónica que bien ha merecido la pena estar cuatro días con sus noches esperando el resultado final. Estados Unidos es una democracia de las fortachonas por eso, cuando se pone a contar votos, no hay relojes que valgan y casi una semana entera se han pasado el país contando papeletas entre demanda y demanda que Trump iba presentando en los tribunales como el que mete con un disgusto feo las papeletas a los votantes en la boca. Hay países que cuentan mucho, lento y además bien y otros que lo hacen muy rápido. De hecho, hay lugares en el mundo donde el conteo es ultrasónico al punto de que los electores no necesitan ni ir a votar porque ya saben con antelación quién va a ganar las elecciones. Es como algunos países involucionan, empiezan contando muy resueltos y de tan rápido que cuentan, un día el voto es tan fulminante que directamente dejan de contar porque ni hay papeletas ni urnas donde meterlas. Las expectativas de Trump han crecido a pesar de este recuento parsimonioso que como una antiquísima tortura china le ha puesto de patitas en la calle en cuatro largos días de carrera de votos y Twitter. Una tensión tremenda y una derrota radiada como una serie de varios capítulos sabiendo que, en el final, quien no ha sido fulminado es el populismo que parió. Bye.

susana.martin@deia.eus