O asistimos tan solo a una crisis sanitaria y económica coyuntural, sino a un desequilibrio político de cierta gravedad. Estamos ante un escenario social en el que se atisba la maldad intrínseca del sistema capitalista salvaje, cuyas raíces se hallan en las aciagas políticas neoliberales que han ido aplastando y dañando, mediante un cruel darwinismo de cuño hobbesiano, a los más débiles, que ya son la gran mayoría social del planeta. El covid-19 ha puesto de manifiesto algo obvio, pero que siempre conviene repetir, como es que el neoliberalismo, el exceso de pragmatismo, el utilitarismo desmedido, el conservadurismo religioso y los populismos que agotan las energías utópicas, suenan a pasodoble, a jazz, a zortziko o flamenco on fire y poco más. Si el coronavirus se propaga mediante una segunda ola no solo habrá muchos más contagiados y muchos más muertos, sino que, de seguir así, solo una minoría podrá seguir contando con ingresos con los que vivir cómodamente mientras el resto, cada vez mayor, será arrasado a nivel global por una grave crisis económica en la que millones de personas vivirán atrapadas en el desempleo, la pobreza y la exclusión social.

El disenso entre los diferentes partidos y agentes sociales en estos duros meses de pandemia no es solamente incomprensible y perjudicial, sino que representa un absurdo obstáculo que puede comprometer seriamente el interés general. Si la división política contribuye a levantar bloques antagónicos que no se hacen ninguna concesión puede mermarse la eficacia de la lucha contra un virus que no entiende de ideologías ni de clases sociales. Lamentablemente, no solo la pandemia se está utilizando de forma partidista por las diversas formaciones políticas de la oposición, que lejos de tender a la unidad, se afanan en desestabilizar a los gobiernos responsables de contener los numerosos rebrotes virales, sino que el coronavirus se ha eregido en el pretexto perfecto para que tribus urbanas reaccionarias y de ultraderecha, sectas religiosas, fanáticos de las terapias alternativas y multitud de ignorantes de vocación hayan interpretado la pandemia desde una perspectiva estúpidamente conspirativa y negacionista, que aún ensombrece más si cabe el panorama.

Y es que hay un aluvión de gentes que parecen hallar una extraña y siniestra satisfacción en negar la evidencia científica, recrear la experiencia a su antojo y difundir en las redes sociales un sinfín de falsedades que no conducen a nada.

Desgraciadamente, el perfil más común entre los muchos fallecidos, víctimas del coronavirus, es el de una persona mayor de setenta años, residente en un centro geriátrico, lo que, dada la alta tasa de mortalidad registrada, representa uno de los mayores fracasos de la llamada sociedad del bienestar, pues ha puesto de manifiesto la deficiente asistencia sociosanitaria dispensada a las personas mayores. Un desastre mayúsculo del que todos tenemos que sentirnos avergonzados pues representa una negligencia colectiva que es urgente corregir. La crisis pandémica ha colocado al precario modelo de las residencias de ancianos en el ojo del huracán, pues han sido el foco donde más se ha dejado sentir el efecto letal del virus.

Al fracaso asistencial de las residencias geriátricas, que tantas víctimas ha ocasionado, se suma ahora un cierto estado de dejadez o negligencia social, pues no es infrecuente cruzarse por la calle con gente sin mascarilla, o con dicha protección mal puesta. Este incomprensible estado de relajación se ahonda más todavía con la falta de conciencia de un importante guarismo de jóvenes que disfruta de su ociosidad sin el menor respeto a la alta contagiosidad que muestra el virus. Desidia que está facilitando la propagación de la enfermedad con un coste en salud y en vidas humanas difícil de asumir socialmente. Una parte importante de la juventud, decepcionante e insolidaria, nos muestra su irresponsabilidad de rebaño en las fiestas y botellones a las que acude sin mascarillas y sin mantener las distancias debidas, poniendo en riesgo de contagio no solo a ellos mismos, sino también a sus familias. Y es que algunos parecen haberse instalado en una especie de permanente adolescencia, en cuya niebla extemporánea han establecido su espacio vital. Un rincón en el que el temor al contagio no parece existir y en el que esa tos seca, ese dolor de garganta, esa molesta fiebre y esa preocupante dificultad respiratoria, que puede llevarles a la Unidad de Cuidados Intensivos e incluso a la muerte, no les va a afectar, pues están puerilmente inmunizados.

Desde una perspectiva valleinclanesca, la lucha social contra el covid-19 está siendo un esperpento, una farsa insolidaria que no hace sino rubricar la nada que nos pretende vender la oposición, convirtiéndola en otra nada aún más grotesca. Me temo lo peor, pero, en fin, todavía no se ha consumado del todo la esperpéntica torpeza política y social. Hay, pues, esperanza.

* Médico-psiquiatra y presidente del PSN-PSOE