L hilo de lo que está sucediendo en los últimos tiempos en la arena política, con la crisis del coronavirus socavando nuestra salud y nuestra economía, no debe extrañar la propuesta que el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, ha lanzado al resto de grupos políticos y agentes sociales. Puede parecer un brindis al sol o un nuevo golpe de efecto de los que tanto gustan a Iván Redondo, pero en el fondo sería una excelente ocasión para salir de esta crisis juntos y fortalecidos.

Unos nuevos Pactos de la Moncloa pueden ayudar a paliar esta grave crisis, pero quizá deberíamos ser más ambiciosos y abrir esa idea a la construcción de una segunda Transición, una nueva experiencia en la que, sin temor, acometer al igual que en la primera un gran consenso nacional con reforma de nuestra Constitución incluida. Sin límites, sin líneas rojas, sin vetos ni exclusiones; para buscar nuevas soluciones a viejos problemas, como el de las tensiones centro-periferia.

Recuperemos la memoria de aquella apasionante experiencia. Vivir el final del franquismo y la apasionante Transición dio para mucho; entre otras cosas para haber conocido una etapa de nuestra historia en la que se pusieron muchas dosis de imaginación, audacia y generosidad, en la que se dejaron muchos pelos en la gatera. Parecía impensable, pero el tránsito desde el franquismo se hizo de manera ejemplar a pesar de las críticas de unas nuevas generaciones ignorantes de lo que allí pasó. Una de las características de aquel momento fue el talante de una clase política repleta de estadistas, que supo llevar a nuestro país de una dictadura cruel a una plena democracia. ¿Tenemos ahora ese activo? Hubo errores y desaciertos, quizás los más importantes la ley de amnistía -que incluyó a unos cuerpos represivos que se fueron, gracias a ella, de rositas de aquella oscura época- y dejar sin resolver las tensiones centro-periferia.

Volver la vista atrás y contemplar coincidiendo en el tiempo a gentes de la talla de Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo, Pasionaria, Tierno Galván, Solé Tura, Enrique Curiel, Marcelino Camacho, Herrero de Miñón, Pasqual Maragall, Arzalluz e incluso a su manera Manuel Fraga, indica que gracias a esa conjunción estelar anduvimos aquel difícil camino.

Hay ahora recién llegados que desprecian esa etapa y plantean que debemos abrir una segunda Transición siendo ellos los protagonistas. Pero da la sensación de que su talla no llega ni de lejos a la de los personajes de la primera. Por poner solo un ejemplo: Santiago Carrillo fue capaz de sacrificar una parte del ADN ideológico del PCE para poder ser legalizado y seguir en las mismas condiciones que el resto (realmente no eran las mismas pero se aproximaron bastante). Renunció a la República, o a la bandera tricolor, con altura de miras, con generosidad, a pesar de las presiones internas que conmocionaron el partido. Nuestra respuesta después del mazazo de los asesinatos de Atocha salvó esa deseada democracia. Que no lo olviden las nuevas generaciones.

Al igual que Adolfo Suárez tuvo la audacia de tomar otras decisiones. Y todos juntos, con imaginación, de sacar adelante una Constitución de consenso y unos Pactos de la Moncloa imprescindibles.

¿Están Unai Sordo y Pepe Álvarez a la altura de Marcelino Camacho y Nicolás Redondo? ¿Tienen Pedro Sánchez y Pablo Casado la talla de estadistas de Felipe González, Adolfo Suárez o Manuel Fraga? ¿Se puede parecer Pablo Iglesias a Santiago Carrillo? Analizando su comportamiento actual, más pendiente de lo suyo que de lo de los demás, no lo parece. Y resulta cuando menos curioso que esos jóvenes críticos añoren partes de aquella época como el Estatuto de los Trabajadores, los derechos sociales, las formas de contrato, e incluso la revisión de las pensiones. Necesitan un curso acelerado de historia.

Las gentes de la Transición supieron actuar aparcando la táctica esterilizante, sustituyéndola por una visión estratégica, de largo alcance, incluso anteponiendo los intereses del país al del propio partido. UCD acabó desapareciendo y el PCE se quedó bajo mínimos, pero dejaron un profundo legado histórico. Ahora cabe exigir lo mismo, especialmente a las gentes de la izquierda. Por eso se deben poner en activo valores como la imaginación para buscar soluciones de este tipo al conflicto en Catalunya y generosidad para ser capaces de dejar todos los pelos en la gatera.

Una mirada retrospectiva al periodo 1976-79 sería recomendable para todos los actores actuales. Allí hubo mucha cocina, contactos discretos, cafés o comidas, porque también en estos temas son importantes las relaciones humanas, la empatía con el otro. Solo por poner otro ejemplo con idénticos protagonistas: ¿por qué no recuerdan y copian los discretos contactos Carrillo-Suárez? ¿Por qué no poner en práctica ese ejemplo y dejar ya la exposición pública en los medios de comunicación? ¿Por qué no apagar durante unos días la aparición constante en las televisiones y utilizar ese método a través de reuniones buscando la síntesis?

¿Pactos de la Moncloa? ¿II Transición? Es probable, pero para ello se necesita aplicar aquellos principios, aquellos valores. Señores de la izquierda y la derecha, periférica o central, pongan ustedes mucha audacia, mucha imaginación y toneladas de generosidad porque su base social se lo está pidiendo a gritos. Pónganse de acuerdo, comuníquense, dedíquenle horas de conversación (los convenios se firman a altas horas de la madrugada justo el día de ruptura), aporten esfuerzo y sobre todo estén a la altura de las circunstancias que el país demanda.

La historia les recordará o no por lo que sean ustedes capaces de hacer ahora. Es el momento de los estadistas, de los valientes. Ojalá tengan el valor y el acierto de hacerlo. ¿Serán capaces de anteponer el bien común al partidista? ¿Están capacitados para tener altura de miras?

¿Pactos de la Moncloa 2 o II Transición? Las dos cosas.

* En memoria de Koldo Méndez, luchador incansable por las pensiones y los valores de la izquierda que el coronavirus nos arrebató