N calidad de receptores de un flujo ingente de información, término este demasiado generoso porque nos cuelan gran cantidad de inexactitudes y falsedades, o porque a menudo los mensajes cambian a una velocidad vertiginosa, se contradicen, de forma que lo que ayer se daba por bueno hoy ha perdido todo su fundamento, llega del mundo del fútbol una clave que merece nuestra atención.

Hasta que la crisis sanitaria y todas sus derivadas empezaron a repercutir directamente en nuestro día a día, tampoco el fútbol estuvo a la altura. Al contrario, en sintonía con los gobiernos y la inmensa mayoría de los agentes de cualquier ámbito social, también el fútbol actuó con imprudencia y hasta desdén pese al imparable avance del coronavirus. Apenas se reparó en las realidades que padecían algunos países, más o menos próximos geográficamente. Hubo partidos mientras subía la cifra de infectados. Aquí al lado, en Ipurua, diez días atrás se jugó sin público un derbi aplazado, solo 48 horas después de que la jornada de liga discurriese con absoluta normalidad, por supuesto con las gradas rebosantes. Y durante varias fechas más, los clubes mantuvieron sus rutinas de trabajo, como si nada.

El miércoles 11, en torno a tres mil seguidores procedentes de Madrid, principal foco de infección a nivel estatal, celebraban en Anfield la eliminación del Liverpool en el marco de la Champions y viajaron de vuelta a casa en las horas siguientes sin ningún tipo de control. A principios de la semana en curso, el Athletic, anunciaba la suspensión de los entrenamientos y la plantilla iniciaba oficialmente su confinamiento domiciliario. Similar capacidad de reacción se observó en el resto de los clubes. Son algunas muestras de un proceso de concienciación que, en definitiva, se alineaba con los ritmos y la lentitud de reflejos de las diversas administraciones.

El pasado martes, día 17, la UEFA anunciaba el traslado a la temporada que viene de la Eurocopa, cuyo arranque había fijado para principios de junio. La medida pretende ganar un margen de tiempo indispensable para encajar las competiciones de clubes que estaban en marcha y permanecen paralizadas hasta nueva orden. Para entonces, la LFP había efectuado una evaluación del coste económico de la suspensión definitiva de la liga. Apuntaba a los 700 millones de euros. Incalculable es la pérdida que acarrearía la suspensión de la Eurocopa, repartida en doce sedes, de ahí que se vaya a jugar, sí o sí, dentro de un año.

Los organismos que rigen el fútbol europeo creaban de inmediato una comisión encargada de confeccionar el calendario que permita la disputa de todas las competiciones pendientes. En su estudio establece que la fecha tope para reiniciar la totalidad de los frentes abiertos es mitad de mayo. Si no se hubiese derrotado al coronavirus para entonces, la posibilidad de concluir la temporada el 30 de junio se esfumaría y la cosa se complicaría mucho. Quizá no haya que esperar tanto para ver rodar la pelota. Ojalá. No obstante, ante la dimensión que va adquiriendo la crisis se remiten a mediados de mayo. Hablamos de dos meses a partir de hoy, un plazo que excede lo que las autoridades están transmitiendo a la ciudadanía. Este cálculo, aparte de que sirve para mentalizarnos de que esto va para largo, viene a demostrar que por fin el fútbol se ha hecho cargo de la situación tal cual es.