LA eutanasia ha vuelto con fuerza al debate ante la perspectiva real de su legalización. Parece que el debate está radicalizado, blanco o negro, cuando lo cierto es que existen algunas consideraciones importantes a tener en cuenta ante una opción tan relacionada con la vida misma. Lo que está sobre la mesa no es la legalidad del suicidio, sino la asistencia necesaria para suicidarse. En segundo lugar, una cosa es legalizar la eutanasia y otra diferente es legalizar el homicidio (o el asesinato). En el primer caso, alguien quiere morir y no puede, y en el segundo, se le mata contra su voluntad. La diferencia es importante. Y sin olvidar que existen casos de eutanasias encubiertas. Baste recordar lo ocurrido en Holanda (1995), donde murieron 19.600 personas al aplicarles la eutanasia apelando a la libre autonomía del enfermo cuando la mayoría no sabían que otros tomaban por ellos la decisión de no seguir viviendo.

Dicho lo anterior, vamos a centrarnos en la buena muerte, que esto es lo que significa eutanasia en griego. Para empezar, no es lo mismo el proceso activo de adelantar la muerte de una persona que tiene una enfermedad incurable, que hacerlo de forma pasiva mediante la suspensión del tratamiento médico o de la alimentación por cualquier vía. Esto es diferente de la voluntad de paliar el dolor y sufrimiento de la persona de manera humanizada e integral para lo cual se suministran una serie de medicamentos que como consecuencia pueden producir la muerte del paciente.

Así las cosas, arrecia la opinión de legalizar la eutanasia activa con el consentimiento del enfermo, sin que se hable casi nada de algo estremecedor, como es la falta de oferta de cuidados paliativos a la hora morir, que es algo que cambiaría mucho las cosas. El objetivo de los tratamientos paliativos no es ayudar a morir sino a vivir bien hasta el último momento. En un vídeo que circula por internet, Jordi Évole entrevista al doctor Marcos Gómez, quien desgrana de manera clarificadora la realidad de los paliativos en España afirmando sin ambages que hasta que no puedan implantarse de manera general para que el enfermo elija no debiera abrirse el melón legal de la eutanasia. Y lo explica muy bien: La asistencia paliativa tiene como objetivo la calidad de vida del enfermo que sufre; ahí entran los cuidados médicos, sociales, psicológicos y espirituales. Nadie quiere sufrir, sentirse solo o morirse; desde estos sentimientos, surge la tentación de quitarse de en medio cuando se siente que el dolor terminal físico y psíquico lo invade todo.

Los cuidados paliativos no pretenden acabar con la vida del el enfermo, sino lograr que sufra lo mínimo, física y anímicamente. El doctor Marcos Gómez habla de 120.000 personas que necesitan paliativos y solo reciben la mitad porque no se invierte en esta práctica médica aunque todos tenemos el derecho a sufrir lo menos posible y a tener la muerte más digna y llevadera posible.

Como afirma Xabier Pikaza, la sociedad tiene que estar al servicio de la buena muerte. Esta es una misión o servicio que falla en nuestra sociedad de puro consumo que tiende a olvidarse del valor intrínseco de los enfermos y de los ancianos. La sedación paliativa alivia y humaniza al paciente, no acaba con el enfermo; a este le mata su enfermedad. De hecho, el propio Marcos Gómez y otros expertos paliativos más cercanos a nosotros no paran de contar que la demanda de la eutanasia es muy minoritaria cuando el paciente y su familia pueden elegir la posibilidad de un cuidado humanizado en el que el dolor es combatido con eficacia y, por qué no, con amor.

El motor de la eutanasia es el gran miedo humano a no soportar el sufrimiento y el dolor, el temor a quedar abandonado, a ser una carga; pero la eutanasia activa no es la única respuesta posible. Tenemos el reto de ofrecer una cultura de la vida que no regatee esfuerzos para ayudar a vivir hasta el fin con dignidad. Sin contar las vidas que siguen adelante a pesar de enormes limitaciones físicas en tanto que otros más favorecidos por la salud deciden claudicar, también en el ejercicio de su libertad. Lo esencial, pues, es tener presente que todas las personas tienen valor en sí mismas y tienen el derecho a elegir cuidados paliativos integrales, huyendo como del coronavirus del “tanto vales, tanto cuentas”. También a la hora de legislar.

* Analista