EN los últimos 100 años el crecimiento de los conocimientos científicos, técnicos y su aplicación a la sociedad es exponencial. Se constata al observar el poco tiempo de vida de los dispositivos cotidianos que manipulamos en todos los espacios vitales, en los modos de transporte y sobre todo en los sistemas de comunicación. Esta revolución de las cosas va unida a otra revolución, que es la de las habilidades para sacar fruto de dichos medios tecnológicos. Los saberes teóricos y prácticos son importantes ahora y lo eran también antes, pero algo singular está ocurriendo que los hace, si cabe, más relevantes. En una época en la que se valora el corto plazo y la habilidad práctica, los conocimientos teóricos son los que dan las oportunidades de grandes saltos y soluciones a los grandes problemas que nos acucian. Y son los conocimientos prácticos los que permiten la extensión de este saber para avanzar en mejorar resultados o eliminar problemas de cualquier índole.

Ante la incertidumbre y el cambio necesitamos una mayor carga de principios teóricos que prácticos, porque nos toca decidir cualitativamente frente a lo nuevo. La práctica sin teoría que la revise nos lleva a repetir y por tanto al fracaso. La respuesta a esta situación cambiante va necesitando configurar una serie de nuevos principios que expliquen desde sus bases, qué es creación de riqueza en las culturas, naciones y en las familias. Y dentro de la construcción de esta respuesta, que las nuevas formas de organización social van a requerir de manera muy especial, están entrelazadas el talento y la tecnología.

Avanzamos hacia un entorno económico en el que la capacidad operativa será infravalorada frente a las capacidades emocionales y decisionales, y estas no se necesitarán de forma esporádica sino que constituirán la parte sustancial del trabajo de un número creciente de personas. La capacidad operativa pierde valor por la mecanización y la creación de las máquinas, físicas o lógicas, de apoyo en todos los oficios.

Un operario de carpintería que fabrica para un mercado, va mucho más allá de disponer de un juego de herramientas, sino que maneja una máquina semiautomática de corte y ensamblaje de piezas. La tecnología aporta un conocimiento sofisticado inserto en los sistemas o máquinas que la inteligencia de las personas tiene que manejar para lograr mejores resultados. Las situaciones a resolver son cada vez más diversas y complejas, cualitativamente y cuantitativamente, y solo es posible resolver con éxito los nuevos problemas dotándose de sistemas complejos y trabajando en régimen de colaboración inteligente entre muchas personas con talento.

Para crear tecnología, orientarla y manejarla de manera eficaz y colectiva necesitamos el talento. La complejidad e integración de las tecnologías son dos ventajas que nos ahorran tiempo y conocimiento, pero a su vez generan una dependencia que nos impide ser autónomos en la resolución de problemas cotidianos, cuando los sistemas no funcionan. Y para eso también necesitamos talento.

El talento aúna el conocimiento basado en el saber por qué y el saber cómo, con la creatividad embebida entre ambos. El talento contiene la capacidad de decidir y de crear nuevas soluciones frente a situaciones previstas, irrepetibles o inesperadas. La experiencia que permitía acumular saberes para aplicarlos a lo que se repetía, necesita ahora el refuerzo de la creatividad para visionar y sintetizar soluciones nunca existentes. La inteligencia tradicional de lo estable aplicada al análisis tiene que ser apoyada por la creatividad constructora de nuevas síntesis. Pero todavía no sabemos cómo llamar a los "sintetizadores" del mundo tecnológico, artístico, social o empresarial. Les decimos que son líderes, promotores, impulsores o emprendedores. Todas ellas expresan habilidades en el saber hacer y en el hacer aplicado con resultados. Se diferencian, y mucho, de los eruditos que son los expertos en el saber teórico de un campo muy concreto. Y también de los analistas que se ocupan de confrontar la realidad con unos modelos previos o unos esquemas de evaluación de distintas disciplinas o ideologías.

Decía el Duque de Levis hace dos siglos que "es más fácil juzgar el talento de un hombre por sus preguntas que por sus respuestas". El talento reúne inteligencia teórica, práctica y relacional, junto a una actitud creativa, de logro y perseverancia en la consecución de objetivos a medio y largo plazo. Estos atributos, en conjunción, permiten construir y mantener sistemas de alto valor añadido en momentos intensivos de cambio y de evolución de las organizaciones empresariales y sociales. Con ello las organizaciones entenderán el talento como un valor esencial en la creación de riqueza. Así las organizaciones deben centrar sus esfuerzos en identificar, recuperar, desarrollar y retener el talento en sus tres acepciones mencionadas: conocimiento, creatividad y relaciones interpersonales; adecuando para ello sus principios de dirección y organización, y desarrollando nuevas prácticas de gestión a la vez que eliminan otras contrarias a estos principios que terminan espantando al talento.

El talento no es algo que se compra, tal vez si el conocimiento en ciertas especialidades, sino que se cultiva. El talento solo se cultiva en entornos organizativos donde se dan circunstancias para ello, que no existen en muchos lugares. La primera es que el entorno laboral es un lugar donde el querer aprender es una demanda generalizada y unas personas valoran a otras por sus conocimientos y logros. En estas el aprendizaje es horizontal e informal y no tanto programado. El segundo aspecto es la flexibilidad laboral como criterio que prioriza los resultados sobre los medios de tiempo dedicados a producir, en este caso soluciones. Y el tercero es disponer de un propósito que aúne objetivos empresariales con objetivos de apoyo al bienestar común o social.

El talento y la tecnología están para cambiar las cosas que son hoy, por otras distintas. Cómo serán no depende tanto de las dos anteriores como de los fines que seamos capaces de fijar como colectivo. Esto no es fácil, si entre esos fines están algunos que frenan o intentan reducir el desarrollo económico basado en el consumo. El cambio climático es un ejemplo de ello. El talento y la tecnología podrían dar una respuesta a estas amenazas, si los cambios se entienden y sienten como una mejora de nuestras condiciones de vida, como un camino hacia una sociedad más equilibrada y como un aumento de la calidad de nuestras ocupaciones.* Analista