EL secretario general del Partit dels Socilaistes de Catalunya (PSC), la formación que presumía de ser diferente del PSOE ante un líder estatal de visita, ha sido siempre un maestro polemista y un experto navegador entre corrientes aunque siempre dejándose llevar al final por la que procediese de la calle Ferraz de Madrid.

Días pasados, mientras Pedro Sánchez planificaba los encuentros con Rufián y compañía para conseguir el apoyo fáctico de Esquerra Republicana a su investidura, Iceta dio dos muestras consecutivas de su capacidad para los virajes de rumbo con el fin de aprovechar vientos contrarios.

La de cal, desde el punto de vista del catalanismo, fue ratificar que el Principat es una nación y reclamar su reconocimiento como tal. La de arena, tal vez por si pudiera rescatar algún o alguna fugitivo/a de Ciudadanos, lanzar la propuesta de modificar la política de inmersión lingüística en las zonas donde el nivel de castellano (como llama al español) es “mejorable”. Naturalmente, esa modificación conlleva refuerzo de la enseñanza de la lengua del imperio (aunque Iceta nunca la llamaría así).

El modelo de inmersión fue adaptado por mayoría absoluta del Parlament y con el apoyo decisivo del propio PSC y ha sido muchas veces recordado y elogiado. Pocos la discutieron hasta la irrupción del invento llamado Ciudadanos, de caída previsible en cuanto los de Vox decidieron que ya era hora de quitarse el camuflaje.

Por el contrario, ha recibido elogios de grandes figuras internacionales de la lingüística, del propio Parlamento europeo y de estados con problemas de conservación de lenguas minoritarias propias.

En una sociedad con más de un centenar de idiomas cultivados por la diversidad de procedencias de las sucesivas oleadas migratorias, la lengua propia sigue minorizada en la práctica, sobre todo en los grandes núcleos urbanos, al punto que si alguien pide en pleno verano y en Barcelona un “café amb gel” -con hielo- corre riesgo inminente de que le traigan uno con leche bien calentito. Eso, si el camarero no es un ultra y responde airado que le hable en castellano, que no entiende el catalán.

Por cierto, las diferentes pruebas oficiales han demostrado que los conocimientos del español en los alumnos catalanes son superiores a la media de los que se demuestran en los territorios del Estado. Y así podríamos seguir, recordando otros argumentos como que la lengua dominante en la mayoría de los patios de los colegios y escuelas de toda la Comunidad no es la propia.

Todo eso no es, seguramente, desconocido en Euskadi. pero aún hay un detalle más importante que merece la pena resaltar: la virtualidad del modelo de inmersión como homogeneizador de la sociedad, de manera que al final de los ciclos no haya niños/as y adolescentes de primera y de segunda, ni discriminados en función de orígenes.

Cualquiera que haya viajado un solo día a cualquier población catalana ha podido comprobar que no existe el menor problema para ser atendido, y respondido, en español; ni siquiera en las más catalanistas de las comarcas de Girona.

Es una más de las fake news que, a impulsos del populismo españolista se ha ido extendiendo por la Península, siguiendo aquel lema de Goebbels, según el cual una mentira repetida suficientemente acaba siendo aceptada como verdad. Esta es solo una más.

Pero ya se sabe que uno de los “buenos catalanes” a ojos mesetarios tiene que emitir de vez en cuando mensajes que mantengan su buena imagen al oeste del Ebro y reforzar la cosecha de votos en según qué zonas, como el Baix Llobregat barcelonés.