LA protección del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático se han convertido en uno de los retos sociales de mayor calado de nuestro tiempo. La creciente concienciación social por el impacto que el ser humano tiene en el entorno -la deforestación, la calidad del aire en las ciudades o la contaminación medioambiental- queda reflejada en el hecho de que en Euskadi el 88% de los jóvenes dice estar preocupado por el futuro del planeta.

En Euskadi contamos con un aliado para contribuir a un mundo más sostenible: el viento. La comunidad autónoma es rica en este recurso y cuenta con un potencial de alrededor de 1.300 MW. De ellos, el Gobierno vasco espera desarrollar 630 MW de aquí a 2030, que se sumarían a los 153 MW ya existentes. La energía eólica es, en efecto, la gran alternativa para reducir las emisiones contaminantes y la dependencia energética de las comunidades autónomas vecinas. Y en ese ámbito tenemos mucho margen de mejora.

A día de hoy solo el 6% de la electricidad producida en Euskadi es energía eólica, frente al 19% a nivel estatal. Además, según los últimos datos disponibles, emitimos un 24% más CO2 que la media peninsular en generación eléctrica e importamos un 69% de la electricidad. Esta situación poco satisfactoria ha empujado al Gobierno vasco a marcar objetivos ambiciosos en su estrategia energética con el horizonte de 2030, como por ejemplo reducir las emisiones en tres millones de toneladas de CO2 y alcanzar una cuota de renovables en consumo final del 21%.

La ironía es que Euskadi, pese a estar a la cola de España en generación eléctrica eólica, cuenta con un tejido empresarial eólico muy potente y que constituye una referencia a nivel internacional. Existen en la comunidad autónoma 112 empresas que cubren toda la cadena de valor del negocio y que generan más de 15.000 puestos de trabajo, con una facturación global de unos 7.000 millones de euros. Sin embargo, buena parte de estos beneficios económicos no se quedan en Euskadi. Al no tener parques eólicos en nuestro territorio, gran parte del empleo, de la facturación y de los ingresos fiscales se van a otras zonas donde sí se están instalando parques. Comunidades como Castilla y León, Galicia o Andalucía han materializado planes sectoriales y Extremadura está en plena explosión de desarrollo renovable.

De esta forma, con la falta de parques eólicos en Euskadi perdemos un potencial que nos permitiría atraer 940 millones de euros de inversiones, que tendrían un impacto en el PIB de 600 millones de euros y generarían alrededor de 8.000 empleos durante el desarrollo de los parques y otros 400 empleos estables durante la operación de los mismos, con una repercusión positiva no solo desde el punto de vista industrial, como consecuencia de la mayor actividad económica, sino también a nivel local, por la mano de obra, el mantenimiento de los parques y los ingresos fiscales que tendrían las arcas municipales.

Por otro lado, hay que destacar que los equipos eólicos, tras décadas de investigación por parte de, entre otros, empresas y centros de vanguardia vascos, son más fiables, eficientes y sostenibles. Las máquinas son más silenciosas, tienen palas más ligeras y su desarrollo tecnológico facilita un mayor control de las ubicaciones, respetando la flora y la fauna del entorno. Por ello, lo que hace 15 años podía percibirse como una calamidad paisajística en nuestros montes se ha transformado hoy en un aliado para cuidar de nuestro medio ambiente.

La celebración el pasado 15 de junio del Día Mundial del Viento ha sido una oportunidad para destacar el importante compromiso que los vascos han mostrado siempre con el entorno, también para ser conscientes de que la energía eólica en Euskadi tiene todavía mucho recorrido con el objetivo de que el viento siga soplando a nuestro favor.

* Socio de PWC