En la derechizada capital de España, donde se percibe un doble alivio porque Pablo Casado ha encontrado un flotador inimaginable y Pablo Iglesias se ha estrellado por soberbio, empiezan a creer que Albert Rivera es un bluff. La eterna promesa del Ibex sigue agotando las oportunidades sin dar un paso al frente. Como si viviera de las fantasías de la ambición de poder que se le acaba escurriendo entre los dedos. Suele ocurrir en esta política líquida de Instagram y tuits, donde no hay tregua para los fracasos ni paciencia para los experimentos con gaseosa. Ocurre con Unidas Podemos que vuelve a cocerse en su salsa cainita y así despeja el camino a Pedro Sánchez para sorprender con un gobierno propio

En la derecha, solo sonríen los populares entre sofocos. Su presidente se ha salvado de la hoguera por los pelos. En cambio, el líder de C’s ha vuelto a pinchar en hueso porque se pasa la vida amagando sin dar. Rivera siente cómo le empieza a apretar demasiado el cinturón sanitario contra el sanchismo sobre todo porque su presunta connivencia con Vox le puede costar más de un disgusto interno. Por si fuera poco, unos y otros se han liado la manta unionista a la cabeza que los nacionalismos en Catalunya y Euskadi no dejan de crecer ante la exasperación del constitucionalismo que empieza a pedir que atemperen.

En el PP se frotan los ojos. Empezaron la tarde electoral escondiéndose en Génova para inmolarse en silencio ante la amenaza roja que atronaba y acabaron de madrugada preguntando cómo se salía al balcón a saludar. Nunca mejor que ahora, Madrid bien vale una misa al esconder la millonaria sangría de votos, pero aleja los fantasmas de la crisis interna para cuatro años. Cuatro semanas después de quedarse en 66 diputados por culpa del aznarismo, ahora los intrépidos dirigentes proclaman que refundarán el centrismo. Y con Díaz Ayuso en la Comunidad.

El problema de Vox es más serio. Cuando llega el primer apretón serio, se desinfla. A cambio del disgusto se siente poderoso en su caída porque sabe que le tienen que bailar el agua para destronar a la izquierda en Madrid. Ahí es donde Abascal tendrá que mojarse y en esta reconquista no valen medias tintas.