las oportunidades de participación y con ellas el control popular de la política democrática ganan cuando se celebran elecciones frecuentes. Oportunidades que se maximizan cuando confrontan democráticamente agendas variadas que a su vez corresponden a instituciones de diferente nivel y jurisdicción. La próxima cita electoral nos abre la posibilidad de elegir representantes en tres escalas institucionales distintas. Formalmente son distintivas, locales, forales y europeas. Por sus evidentes interconexiones, todas ellas son locales y europeas.

De todas ellas, sin embargo, destacaría la relevancia de las instituciones cercanas. Ante la lejanía o el fallo de los organismos estatales y transnacionales, solemos poner a prueba a las autoridades más próximas para ver si son capaces de cubrir las carencias de aquellas. En nuestro caso, la integración entre instituciones locales y forales y mentalidad social ha configurado una realidad cercana y cotidiana. Hasta en los momentos más delicados, entre guerras y miserias de todo tipo, nuestras instituciones locales y territoriales han sido el contrafuerte de nuestra resiliencia como pueblo. A ellas corresponde también una buena parte de la responsabilidad del impulso de desarrollo humano que, entre el humo de los disparos, hemos logrado en las últimas décadas.

Hace no mucho, la izquierda abertzale nos proponía optar entre ‘socialismo o barbarie’, mientras su vanguardia armada practicaba la última. Conviene registrar en la historia las primeras elecciones locales y forales sin ETA. La izquierda abertzale acierta cuando rectifica, suele decir con mucha gracia Anasagasti. Pero, una vez que esta formación ha apostado por el logro de mayorías electorales, todas las fuerzas que se presentan a la cita del 26 de mayo comparten ya el criterio de que son los votos los que proporcionan la legitimidad democrática.

En el ámbito de la CAV, confrontan dos modelos rivales, que representan liderazgos alternativos. Gipuzkoa es el foco de confrontación principal. EH Bildu quiere ocupar el centro vasco, que hoy representa el PNV. No obstante, este es el partido que mejor encarna el perfil medio de la opinión pública vasca, con los temas y los enfoques que le interesan a ésta.

A EH Bildu le perjudican varias cosas. En primer lugar, le pesa el recuerdo social de una gestión conflictiva en la Diputación de Gipuzkoa, a la que entró como elefante en una cacharrería. Aunque, sobre todo, su mayor rémora es ese funesto pasado del que no quiere desprenderse, cuyo representante más conspicuo es el propio Arnaldo Otegi. Y que se haya excluido de las listas más importantes a los candidatos de EA más proclives a las posiciones de Garaikoetxea lastra aún más la evolución centrista de EH Bildu.

Una cosa más. ¿A qué viene la propuesta de crear un frente de izquierdas contra el PNV? Ahí se descubre el auténtico interés de Sortu, que lamenta la estabilidad vasca y envidia el frentismo español. Ahora bien, si no media un escándalo o un error grave, el PNV habrá de afianzarse en las instituciones que hoy mismo gobierna.