NADA saldrá de esto”, afirmó convencida, a principios de 2018, la analista política neoyorquina Cheryl Pahaham sobre la investigación de Robert Mueller, el fiscal especial que ha tratado de demostrar la interferencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016 y la participación de Donald Trump en ella. Pahaham ha resultado tener razón: el informe Mueller no es concluyente respecto a la criminalidad de Trump y ahora será muy difícil para una Cámara de Representantes demócrata responsabilizar al presidente de los delitos que se intuyen en la descripción del fiscal especial.

Por ello, el proceso de destitución sería muy probablemente un camino a ninguna parte. Casi nadie aquí, en los Estados Unidos, cree que el Senado fuera a votar a favor de echar a Trump. Pero el informe se utilizará, sin duda, como un arma política de primer orden en los meses que se avecinan hasta las presidenciales de noviembre de 2020. Los demócratas han de ser prudentes y astutos para evitar que su nada disimulado deseo de deshacerse de Trump se vuelva en su contra y regale la reelección al actual presidente, cuya base electoral apenas se ha erosionado desde 2016.

Es difícil leer el informe Mueller y llegar a otra conclusión que no sea que Donald Trump obstruyó la investigación sobre la interferencia de Rusia en las elecciones de 2016. Sin embargo, Robert Mueller no acusó a Trump de “obstrucción a la justicia”: determinó que su oficina carecía de la autoridad para acusar a un presidente en ejercicio de un delito, aunque tampoco le exonera.

El informe dice literalmente que “los esfuerzos del Presidente para influir en la investigación fueron en su mayoría infructuosos, pero eso se debe en gran parte a que las personas que rodeaban al presidente se negaron a cumplir órdenes o acceder a sus solicitudes”. Y agrega tajantemente: “Las acciones y la intención del presidente presentan problemas difíciles. Eso nos impide determinar de manera concluyente que no ocurrió ninguna conducta criminal”. Mueller simplemente ha presentado la evidencia y, en última instancia, ha dejado que el Congreso y el pueblo estadounidense decidan, algo similar a lo que ocurriera con las investigaciones del Watergate y del caso Clinton-Lewinsky.

Pero incluso desde los estándares de firmeza y escrupulosidad de Mueller, el fiscal no terminó la investigación. Mueller no citó a declarar a Donald Trump, ni a su hijo Donald Jr., ni a su hija Ivanka, ni a su otro hijo Eric. Tampoco a su yerno Jared Kushner. Las razones de Mueller para no citar a Trump y los suyos no resultan muy convincentes. El informe dice que los investigadores buscaron una entrevista con Trump, pero fueron rechazados. Y dice que recibieron respuestas escritas del equipo de Trump, pero que fueron “inadecuadas”. El informe incluye esas respuestas escritas, y en ellas los abogados de Trump usan la frase “no lo recuerdo” treinta y siete veces a preguntas de los investigadores, algo naturalmente sospechoso. Mueller argumenta que obligar a Trump a declarar habría impedido finalizar la investigación, porque el presidente se habría acogido a su derecho legítimo a alegar en contra de esa citación y habría llevado el caso hasta el Tribunal Supremo.

¿Habría luchado Trump hasta el Tribunal Supremo? Tal vez, pero en realidad no lo sabremos nunca. Políticamente, hubiera sido muy difícil para Trump negarse tan obviamente a declarar. Habría sido difícil para el presidente pedir constantemente el final de la investigación frente a un Mueller diciendo que la investigación terminaría tan pronto como Trump se sentara a declarar. ¿Y realmente Trump habría querido participar en un proceso judicial extenso sobre su testimonio mientras se postula para la reelección en 2020? ¿Cuántas veces podría haber dicho “No tengo nada que ocultar” en la campaña electoral mientras se enfrentaba al tribunal tratando, quizá, de ocultar algo?

La realidad es que nunca sabremos cómo Trump habría reaccionado a una citación, porque Mueller nunca quiso citarle. ¿Se puede defender a Mueller como un fiscal no político solo preocupado por los hechos, que luego toma una decisión para no asegurar hechos adicionales basada ??en un cálculo que no tiene que ver con la preocupación exclusiva por los hechos?

No obstante, la decisión de Mueller de no llegar a una conclusión definitiva sobre si Trump obstruyó a la justicia y cooperó con una potencia extranjera en contra de los intereses de Estados Unidos hay que entenderla también desde otro prisma. Primero, desde la lógica de Mueller, si tengo todas las pruebas que demuestran que usted, Trump, es culpable, todavía no lo voy a decir, porque no puedo acusar a un presidente en ejercicio que no puede defenderse en un proceso que no es judicial. Y, segundo, si no tengo pruebas de que usted haya cometido un delito, lo diré en el informe y lo exoneraré.

Todo lo relacionado con la obstrucción a la justicia debe leerse a la luz de estos dos aspectos, afirma Neal Katyal, profesor de Derecho en Georgetown. El informe dice literalmente que “la evidencia que obtuvimos sobre las acciones e intenciones del Presidente presenta problemas difíciles que tendrían que resolverse si estuviéramos en un juicio penal. Al mismo tiempo, si tuviéramos confianza después de una investigación exhaustiva de los hechos que el Presidente claramente no cometió obstrucción de la justicia, lo afirmaríamos. Sobre la base de los hechos y las normas legales aplicables, no podemos llegar a ese juicio. En consecuencia, si bien este informe no concluye que el presidente cometió un delito, tampoco lo exonera”.

¿Le hubiera resultado útil a Mueller decir más explícitamente que habría acusado al presidente si no fuera por estar llevando a cabo una investigación independiente y no un juicio penal?

La inconclusividad del informe Mueller nos emplaza al futuro, quizá al momento en que Trump deje la Casa Blanca. De lo que podemos estar seguros es de que la lucha política hasta noviembre de 2020 no va a obviar el informe Mueller y los demócratas van a tratar de llegar a las conclusiones a las que Mueller no quiso llegar. El hecho de no actuar, de no hacer algo significativo para parar a este presidente y su banda de malhechores corruptos (algunos ya encarcelados), enfurecería a la mayoría de los votantes liberales. Recuérdese la rabia que sintieron los votantes republicanos por la incapacidad de su partido de poner de rodillas a Barack Obama y el papel que esto jugó en la nominación de Trump como candidato presidencial. Una furia similar entre los demócratas podría llevar a un partido profundamente dividido y a una nominación presidencial desastrosa.

El camino más probable hacia adelante comienza con el examen coordinado y en profundidad del informe Mueller que ha de realizar la Cámara de Representantes, en manos demócratas. Es muy posible que se desarrolle una acción coordinada de investigación y citación de testigos de los comités de justicia, inteligencia y seguridad nacional en torno a los asuntos de comunicación y coordinación entre Trump y su campaña con los rusos y sus sustitutos, como WikiLeaks; las múltiples categorías y áreas de obstrucción de la justicia que Robert Mueller describió en su informe; las amenazas a las operaciones de inteligencia y al sistema judicial de Trump y sus operativos; y los movimientos de Rusia para interferir e influir en las elecciones estadounidenses utilizados por Trump y no controlados por los republicanos.

El fiscal general de Nueva York ya ha iniciado una investigación sobre los manejos financieros de Trump con los rusos, que incluye posibles evidencias de lavado de dinero. Los testigos citados por la Cámara deben incluir una serie de expertos en áreas tales como ética, violaciones constitucionales, operaciones de inteligencia y seguridad de las elecciones. Así pues, tal y como afirma el informe Mueller, Trump no ha quedado exonerado; y ello permite atisbar algunos de los contornos de la compleja y encarnizada lucha política de los meses venideros.