LOS insultos de brocha gorda, las descalificaciones de garrafón o las imputaciones con escaso soporte de verosimilitud resultan una ordinariez, una grosería de mal gusto que debería ruborizar a quienes se postulan a estadistas y no son capaces de aprobar, tan siquiera, un máster en lenguaje tabernario.

Eso de “usted miente”, “eso es falso” o “no es verdad”? que hemos escuchado como si fuera una copla ensayada, al margen de cabrear al personal, aburre soberanamente. Después de lo de “es usted un traidor”, “un peligro público”, un “felón”, todos esperábamos algo más creativo de los protagonistas de la campaña. Pero no. Por lo general, la programación ha sido tediosa y proclive al dolor de cabeza. Sobre todo cuando se escucha a Inés Arrimadas, una ametralladora verbal que, a tenor de la experiencia, debe respirar por branquias mientras diserta. Madre mía, no hablan tanto y tan rápido sin decir nada ni los charlatanes de mercadillo.

Las únicas apariciones meritorias por controvertidas han sido las de Cayetana Álvarez de Toledo y su especial desparpajo, que a nadie deja indiferente. Ni Suárez Illana, que prometía mucho después de su cita del aborto y los neandertales, ha vuelto a encumbrarse en la competición especial del disparate.

Ha habido algunas menciones honoríficas que es preciso subrayar, como la notable interpretación de Teodoro García Egea en un debate televisivo. Teodorín clavó el papel de rufián con golpes de efecto como el de regalar una bandera española al parlamentario de ERC o con su permanente petición de palabra al moderador (yo creo que pidió intervenir hasta cuando ya estaba hablando) para, displicentemente, repartir descalificaciones a troche y moche (comunistas, golpistas, terroristas, etc.). El murciano apuntaba maneras, pero ni mucho menos fue el ganador del Got Talent de la estupidez expresada en campaña.

En las antípodas a lo que nos tiene acostumbrados estuvo Rufián, irreconocible por templado frente al cante de Cantó y al socialista Ábalos, metido en el papel de centrista de toda la vida impostando su carácter de camionero cabreado que prodiga habitualmente.

Tampoco Casado brilló lo que de él se esperaba. El líder del PP vivió la campaña en un charco permanente, como esos niños revoltosos que chapotean intencionadamente hasta ponerse perdidos de agua y barro al tiempo que salpican a quienes se les acercan. Pero su letanía tuvo punto de monserga y poco o nada de novedoso. Ni tan siquiera el hiperventilado Rivera, que se movía en los platós televisivos más que un ratón encima de un queso, innovó en eso de la comunicación política. Y eso que lo intentó, presentando en los debates más abalorios que un chino de rebajas.

En Euskadi ha sorprendido el tono constructivo y con ganas de participar activamente en la política estatal de la ahora llamada “Izquierda Independentista”. Por un lado, a EH Bildu le “sobra España” pero, al mismo tiempo, afirma que sus votos serán “decisivos” en la formalización del próximo gobierno. Quién les ha visto y quién les ve. Txiberta queda muy lejos. Allí presionaron para que nadie en Euskadi participara en la Transición. Ellos optaron por la ruptura. Lucha armada frente a acción política; y quienes optaron por la participación democrática fueron tildados de “traidores”. Cuarenta y pico años después, Otegi entierra Txiberta. Cuarenta y pico años después. Una vez más, tarde. Muy tarde.

Por cierto, Arnaldo va camino de transformarse de “comercial” a “influencer”. Allá donde va hace un selfi o saca un vídeo con su móvil y lo cuelga en las redes sociales. A este paso, que tiemble el Rubius. Está encantado de haberse conocido. Y de que su nombre haya circulado de boca en boca por los debates televisivos. Yo, más que encantado, estaría preocupado de que todo el mundo me pusiera a bajar de un burro, pero al de Elgoibar parece que le gusta que “hablen de él aunque sea mal”. Para gustos, los colores. Y, entre ellos, EH Bildu ha apostado por el verde. Como el PNV. Hasta la cartelería, los mensajes, tienen un toque similar a la imagen del partido jeltzale. Por algo será.

Pese a todos los esfuerzos por innovar, la mayoría de la clase política no ha estado a la altura. A tenor de cómo comenzó la pelea en el barro, esperaba más. Algo más sagaz, más inteligente, más corrosivo, que dejara huella. Sé que muchos pensarán que me he vuelto un friki al pedir más morbo a la campaña. No lo creo. En esta jornada de reflexión, en la que no sé por qué no se autoriza reclamar el voto, merece la pena echar un vistazo a los lamentables episodios de días pasados para denunciar, con humor e ironía, la zafiedad del debate (por llamarlo de alguna manera) protagonizado por quienes se dicen líderes políticos y están llamados a representar a la ciudadanía.

Recapitulo: el tono general de la campaña ha sido gris. Más bien marrón. Pero, a mi juicio, la gran aportación a la comunicación política que se ha dado en este proceso electoral ha sido una idea expresada en una corta definición construida con efectividad e ingenio. Se trata de la afirmación utilizada por los centuriones de Abascal en relación al PP: “La derechita cobarde”. La apelación es redonda. Esférica, diría yo. Despreciativa. Humillante. Sin necesidad de hipérbole. Cargada de testosterona pero sin ser malsonante. Una andanada hiriente. Perfecta entre machos alfa. Un sopapo sonoro y de los que deja marcados los cinco dedos en la cara agredida. “La derechita cobarde”. Cariñosamente hijoputesco.

No es de extrañar que hasta el mismísimo padre de los populares, el omnipotente Aznar, respondiera a la bofetada dialéctica como si fuera OK Corral: “A mí nadie me dice a la cara lo de la derechita cobarde porque no me aguanta la mirada”. Momentazo irrepetible. Faltó el duelo final de spaghetti western en una calle vacía mientras los arbustos rodantes corrían empujados por el viento con la banda sonora de Morricone de fondo.

Desconozco la autoría de tal mofa, pero no creo que quien la diseñó ande muy lejos de quien también calificara a Mariano Rajoy como “maricomplejines”. Ambas afirmaciones tienen similares componentes y tono. Sea como fuere, el inventor de esta cita es un auténtico rapsoda del insulto, un juglar de la maledicencia y el improperio que se merece el primer premio en el certamen que bien pudiera titularse “la mamarrachada de la campaña”.

Los caballeros -porque van a caballo- de la “reconquista” han estado sembrados aunque poco les haya importado el reflejo de sus boutades en los medios de comunicación. Ortega Smith y Abascal apuntan (esperemos que no disparen) maneras. Tienen bien aprendido lo de pronunciar mensajes sencillos para que los entienda todo el mundo. Sin artificialidad ni complicaciones. Así, en el cierre de la campaña, volvieron a reclamar el apoyo “a la caza, a los toros, a la agricultura”, para que “la gente viva como ha vivido siempre en los pueblos”. Una tradición que debe recuperarse como “el comer jamón en los colegios aunque moleste a los islamistas”. ¡Qué profundidad de pensamiento! ¡Qué sutileza en el mensaje! ¡Que viva el cerdo ibérico! Ya lo dijo Machado: en España, “de diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por la idea”.

No me consta que en España haya una demanda insatisfecha de comer jamón. Pero estoy seguro de que el domingo a la noche, cuando se recuenten los votos, muchos se sorprenderán por el notable resultado que seguramente obtendrá la extrema derecha. Eso significará el éxito del radicalismo y el fracaso de la “derechita cobarde”. De la política sólida a la gaseosa por sublimación.

En Euskadi tal fenómeno no ocurrirá porque aquí no necesitamos que ningún cafre nos diga nada para comer jamón sin molestar a nadie. Y pernil “del que brilla”. Nos gusta de lo bueno, lo mejor. Ni mentiras, ni insultos ni odio contenido. Preferimos la política sólida. La que defiende de verdad los intereses de todos. La de aquí. La que construye. La que respeta. La que decide. A jamar jamón juntos. Y a votar por Euskadi.