LAS protestas en Argelia se iniciaron el pasado 16 de febrero a nivel local en Kherrata, en la provincia de Bugía. Los siguientes días se fueron extendiendo a través de las redes sociales hasta culminar en el 22 de febrero en una convocatoria seguida a nivel nacional para rechazar un quinto mandato del presidente Abdelaziz Bouteflika, de 82 años, que lleva 20 años en el poder y rara vez se muestra en público. El 10 de febrero declaró oficialmente su candidatura en las elecciones presidenciales de Argelia que estaban previstas para el próximo día 18. Las protestas no tienen precedente por su magnitud desde 1999, coincidiendo con el final de la guerra civil argelina. El 11 del pasado marzo, el presidente Buteflika anunció su renuncia a un quinto mandato y el aplazamiento de las elecciones previstas en abril. Un día después se planteó la convocatoria de una conferencia nacional y la creación de un comité para pilotar la transición política. El pasado martes, el jefe del Estado Mayor del Ejército, Ahmed Gaid Salah, pedía la inhabilitación de Buteflika y la aplicación del art. 102 de la Constitución, que daría paso a un periodo de transición hasta la celebración de elecciones en 90 días.

Argelia, con 41.537.000 habitantes, se encuentra en la posición 34ª de la tabla demográfica de los 196 países y mantiene una muy baja densidad de población, 17 habitantes por kilómetro cuadrado en una superficie de 2.381.740 kilómetros cuadrados, con importantes reservas de gas y petróleo que abastece en un porcentaje muy importante, casi el 50%, a países como España o Francia, de tal forma que un fallo en el flujo argelino causaría graves daños a la industria y la economía de estos países.

Argelia es de los pocos países que, antes de nacer como Estado independiente ya poseía un fuerte aparato de seguridad, servicios secretos, policía y ejército (FLN) que se fueron desarrollando y consolidando en los siete años que duró la guerra de la independencia. Así, los servicios secretos, a través de la Policía y el Frente de Liberación Nacional por la vía del ejército, han rivalizado constantemente en su afán de poder y de dirigir el nuevo Estado. De ahí que este país haya estado supercontrolado y dirigido desde estos sectores del aparato del Estado, todo ello a espaldas del pueblo, hasta el día de hoy, con la aquiescencia de las grandes potencias, sobre todo, la que fuera su antigua metrópoli colonial, Francia. Estos días se pudo ver en las manifestaciones eslóganes como “Sistema, márchate. Llega el pueblo” o “No a la alternativa designada por Francia”. El primer gobierno fue presidido por el presidente civil Ben Bella (1962-65), que fue depuesto por el golpe militar de Houari Boumediene (1965-78), y continuaron los gobiernos presididos por miembros del Frente de Liberación Nacional (FLN) como Chadli Bendjedid y el gobierno del presidente, Abdelaziz Bouteflika, con 20 años en el cargo. En la década de los 80, Chadli Bendjedid intentó liberalizar el sistema político con la apertura del régimen hacia los demás partidos, lo que desembocó en la victoria del partido islamista Frente Islámico de Salvación (FIS) en la primera vuelta de las elecciones de 1991 y en un nuevo golpe de Estado por el Ejército, dando paso a una guerra civil que duró once años, con más de 200.000 muertos cobrados en enfrentamientos y venganzas del Ejército y el Grupo Armado Islámico (GIA). En este contexto, tuvo lugar un hecho muy conocido por la opinión pública occidental: el asesinato en 1996 por un comando integrista argelino a sangre fría de tres religiosos franceses y otro de origen belga, ocurrido en el monasterio de Tibhirine, cerca de Tizi Uzu, la capital de la Cabilia, a 100 kilómetros al sur de Argel, en represalia por la muerte de los cuatro terroristas islámicos que el día anterior fueron abatidos en el aeropuerto de Marsella al asaltar la policía francesa el avión de Air France que tenían secuestrado. Matanza de religiosos que fue plasmada en la película De dioses y hombres, ganadora del Festival de Cannes de 2010. El conflicto terminó con la victoria del gobierno tras la rendición del Ejército Islámico de Salvación y la derrota en 2002 del Grupo Islámico Armado.

Según la Asociación Argelina contra la Corrupción, es un secreto a voces que muchos altos mandos y cargos de la administración se han enriquecido de forma ilícita, obteniendo pingües beneficios en el comercio del petróleo, negocios inmobiliarios y en el comercio agrícola y farmacéutico. El año pasado fueron depuestos de sus cargos y después encarcelados cinco generales y un coronel por delitos de corrupción.

Desde 2014, con la última reelección del presidente Bouteflika, la prosperidad y las políticas sociales empezaron a desaparecer debido a las reformas laborales, el incremento del precio de la cesta de la compra básica y la disminución de los ingresos procedentes de las rentas de los hidrocarburos (gas y petróleo), que pasaron de 193.000 millones a 85.000 millones de dólares anuales. El paro general no es muy alto, no llega al 20%, pero es muy elevado entre los jóvenes menores de 30 años, un 60% de la población total. En los últimos cinco años han abandonado el país unos 268.000 licenciados.

La sociedad argelina estaba dando signos ya antes de las protestas, cada vez más multitudinarias. Hace dos viernes, el centro de Argel fue ocupado en masa por los manifestantes a pesar de que no funcionaban los medios públicos de transporte, como autobuses, metro y tranvías. Entre las pancartas, algunas atacaban al presidente Macron por haber tuiteado el lunes que el presidente Bouteflika ha abierto una nueva página para la democracia argelina: “Ni Washington ni París. Solo nosotros elegimos al presidente”. El problema es que dentro de este proceso de transformación-democratización en el mundo árabe, se han dado experiencias tan dispares como la egipcia, la libia o la tunecina. ¿Cuál será la vía argelina? * Analista