En primer lugar, quiero agradecer sinceramente a los cuatro treintañeros, tres hombres y una mujer, que me ayudaron a sobrevivir a un curioso trance el pasado fin de semana. Eran las nueve de la noche y yo estaba en Berango, en la estación del metro, para volver a mi casa. Soy inválida casi total y voy por todas partes en una pesada silla eléctrica, es decir, motorizada. El ascensor de andén de esa estación estaba fuera de servicio. Toqué al timbre porque tampoco había nadie en la garita. El timbre no fue útil. No me dieron ninguna solución: pienso que Metro Bilbao debería tener un protocolo para estos casos. Así que los cuatro, ya algo amigos, que me oyeron hablar por ese aparato, increíblemente me subieron a mí y a mi silla por unas largas y pronunciadas escaleras. Acabaron agotados. Gracias por su solidaridad. Gracias también a los que me ayudan siempre en el metro a vencer la distancia entre andén y el vagón, porque mis ruedas delanteras se enganchan siempre. Será difícil, pero piensen siempre en la movilidad de todos los inválidos.
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