UNA campaña atípica venía derivada de dos hechos complejos y trascendentales: la declaración por el Parlament de la DUI y la respuesta contundente del Gobierno de Rajoy con la aplicación del artículo 155 de la Constitución por primera vez en casi cuarenta años de historia constitucional. Atípica también por desarrollarse con varios candidatos, entre ellos dos cabezas de cartel, en la cárcel o en el exilio, con situaciones esperpénticas de mítines virtuales de ambos, y que ha culminado en otro elemento excepcional ya que la votación se desarrolló, también por primera vez, en un día laborable.
Y ha sido dura porque no sólo han existido los rifirrafes entre candidatos y candidatas, sino porque también la crispación se ha trasladado a la sociedad. Las pintadas, los insultos, las descalificaciones, los escraches, la participación de la extrema derecha españolista, recordaba más a los años 80 de por aquí que a la Catalunya moderna y civilizada del siglo XXI.
Finalmente, ha sido extraña por no haber tenido debates en profundidad ni contrastes entre programas o ideologías. Temas fundamentales como la educación, la sanidad, el empleo o la economía no han estado sobre la mesa y sólo ha existido el contraste entre independencia sí o no, con los diferentes matices del espectro.
Cuando alas 8.00 de la tarde se cerraron los colegios electorales, la sentencia estaba dictada, el pueblo catalán, esta vez todo el pueblo catalán, había decidido. Porque el 82% de participación final significa, según todos los expertos, que ha resultado plena; descontada la abstención técnica, todas y todos han acudido a votar. Porque no todo ha sido negativo en la campaña electoral catalana. Existen elementos positivos evidentes, desde esa alta participación, o la ausencia de incidentes reseñables, hasta la credibilidad de su desarrollo a pesar de los intentos de crear dudas sobre un hipotético pucherazo, imposible en un país ejemplo de seriedad y transparencia.
Llegaron los resultados y resultó también una noche electoral atípica. Daba la sensación de que nadie había ganado, más allá de las reacciones de júbilo contenido en las huestes de Puigdemont o Arrimadas. Quizás porque nadie había conseguido cumplir sus objetivos plenos. Algunos tenían motivos para la alegría, pero estos no eran suficientes.
Así Ciudadanos (C’s) celebró su histórica victoria con subidas excepcionales en escaños y votos, era el partido ganador, pero la sensación era agridulce al no haber sido capaz el sector constitucionalista de evitar la mayoría absoluta del independentismo. Puigdemont y su recién nacido JxCAT también resultaba ganador por partida doble, al conseguir desde cero un gran resultado ganando a su competidor ERC, y al ser mayoritario de nuevo el voto soberanista. Pero se le amargaba al observar que C’s le superaba y que su sector independentista perdía escaños y votos.
Luego estaba el pelotón de los perdedores, PSC ,aún ganando un escaño, no llegaba ni de lejos a sus expectativas, ERC se veía superado por sus dos máximos competidores, CatComunPodem perdía con contundencia y lo que es más terrible dejaba en la cuneta su condición de imprescindible; por su parte, las CUP y PP se hundían estrepitosamente. Especialmente relevante resulta que un partido que gobierna España sea insignificante en Catalunya, anunciando que el relevo en la derecha está ya listo.
De un resultado para el independentismo de 50%-48% en 2015, sumando a Unió que no obtuvo representación parlamentaria, se pasaba a un pobre 47%-51%. El procés no remontaba sino que se hundía en sus expectativas. Por cierto, beneficiado por un sistema electoral injusto, copiado del Estado, que produce el efecto perverso de que teniendo menos votos se puede ganar las elecciones. Con un sistema proporcional provincial puro, el independentismo habría sacado 67 escaños. Y con circunscripción única, 66.
Por otro lado, en el eje clásico de derecha-izquierda, poco tenido en cuenta últimamente, la primera ha ganado por goleada con un contundente 74-61, lo que nos da pie a afirmar que la izquierda es otra de las perdedoras. En definitiva, nadie, ni en partidos, ni en bloques, habría respondido a sus expectativas.
Pero, ¿qué va a pasar a partir de estos resultados? La primera consecuencia es que de las tres hipótesis posibles el día anterior -un gobierno independentista de nuevo, uno constitucionalista, o uno transversal- dos caían. Sólo dan los números para la primera posibilidad, pero esta se podrá consolidar con dificultades extraordinarias.
Puigdemont se perfila de nuevo como president de Catalunya, pero con una ERC herida y recelosa, unas CUP derrotadas pero que mantienen intacto su carácter decisivo y radical y más de la mitad del electorado en la otra orilla de ese río de nuevo con aguas turbulentas, le va a resultar muy complejo gobernar. Por no hablar de un gobierno del Estado con la espada en la mano, dispuesto de nuevo a cortarle la cabeza.
Además, se abren interrogantes preocupantes. ¿Qué va a pasar el día que Puigdemont se decida a pasar la frontera española? ¿Se atreverá el gobierno de Rajoy a detenerle? ¿Es previsible que tome posesión de su cargo estando en la cárcel? ¿Qué puede pasar con la constitución de un nuevo Parlament con 7 miembros en la cárcel o en el exilio? ¿Queda en entredicho la democracia española ante estas circunstancias? Porque así incluso peligraría la mayoría absoluta para investirle. En el mejor de los casos, nos podemos encontrar, si el resto de afectados dimite y corre la lista, al menos con cuatro parlamentarios en la cárcel -Puigdemont, Junqueras, Jordi Sánchez y Forn- y la posibilidad de que se incrementen con Marta Rovira.
Un último interrogante: ¿va a mantener el Estado el pulso hasta el final? Lógicamente, la justicia debe ser independiente pero, si se mueve por intereses políticos, cuestión esta que genera muchas dudas, ese escenario es probable, lo que nos lleva a una situación absolutamente diabólica. ¿Eso es lo deseable? ¿Teniendo en cuenta los intereses de Catalunya e incluso de España es beneficioso o perjudicial? Indudablemente, perjudica a ambas, más aún con el foco internacional fijado sobre nosotros y la economía pendiente de un hilo.
Va a ser necesaria ahora más que nunca mucha mano izquierda, mucha imaginación, audacia y generosidad. El independentismo debe tener claro que la vía de la DUI ha quedado definitivamente bloqueada y, como ya apuntaban durante la campaña desde ERC y también desde los sectores sensatos de PDeCAT, hay que ir a una acumulación de fuerzas transversal, en especial con los socialistas y comunes, para en un plazo razonable de dos o tres años conseguir pactar un referéndum con el Estado. Un tiempo de tregua que tranquilice al sector empresarial y financiero y permita curar las heridas sociales. ¿Eso lo van a aceptar las CUP? Probablemente, no.
El 21-D, la ciudadanía catalana ha dictado sentencia. Vistos los resultados fríamente, da la sensación de que al ser tan complejos perjudican seriamente a Catalunya y a España. Pero hay que mantener la esperanza de que al ser tan ajustados obliguen a soluciones novedosas y probablemente transversales. ¿Sería una hipótesis descabellada que el independentismo renuncie a depender de una CUP irresponsable y se apoyen en sectores sensatos constitucionalistas como los comunes, e incluso los socialistas?
¿Se puede en el Estado crear un caldo de cultivo, desde una posición conjunta de PSOE y Podemos, para aportar soluciones a corto y largo plazo? ¿Una conjura de fuerzas que obligue al gobierno de Rajoy a mover ficha, en especial destensando la presión judicial, o con el entendimiento en el tema fiscal y, a largo plazo, abrir el camino hacia un Estado Federal Plurinacional? Eso es ya otra historia.