QUE levante la mano -por aquello de entrevistarla y saber qué se siente- la afortunada a la que nunca le hayan soltado eso de que se le va a pasar el arroz o, lo que es peor, no han preguntado a ver si está embarazada. Lo primero atufa a rancio, más si cabe porque a nadie parece preocuparle si maduran las bananas. La segunda cuestión es indiscreta donde las haya. Una puede estar simplemente hinchada, viviendo a lo reportera intrépida 21 días como un pez globo, y lo que menos necesita es a un metete señalando con un pirulo luminoso de personal de pista su barriga en mitad de la oficina. Sobre todo si son de esos a los que les contestas que no estás encinta e insisten. “Sí que lo estás. Lo que pasa es que no lo quieres decir todavía”. “A ver, majo, estoy a punto de mutar de pez globo a tiburón tigre, así que o dejas aparcada tu vocación de predictor o te hinco el diente en la yugular y luego limpias tú la moqueta”. Otra posibilidad es que una haya engordado unos kilos sin más. Que se sepa solo es delito en algunas revistas de moda, pero no está recogido en el Código Penal. También puede que solo se haya comprado ropa ancha porque le sale de los mismísimos o que realmente esté esperando un bebé, pero no quiera anunciarlo vía cotillas. La insistencia aburre a mujeres que no quieren ser madres y hiere a quienes quieren serlo pero no pueden. Así que no se entrometan. En cuestión de meses saldrán de dudas.

arodriguez@deia.com