AINHOA Aznárez es la presidenta del Parlamento de Navarra, segunda autoridad en la Comunidad Foral pero, por encima de eso, es amiga mía desde hace 18 años. Una amistad fraguada en nuestra militancia política en el PSN, en nuestras coincidencias en lo político y en lo personal, más allá de las lógicas diferencias entre una joven luchadora y un viejo roquero de la política. En ese partido vivimos momentos intensos, complejos, llenos de dureza, defendiendo una posición de izquierda nítida y a favor de la confluencia de sus dos almas, estatal y euskaldun. También vivimos nuestra experiencia en el seno de Izquierda Socialista, en apoyo a la alternativa de José Antonio Pérez Tapias y defendiendo posiciones de creación de puentes en el conflicto derivado de la violencia de ETA. Porque esa violencia también le afectó como a mí en los años de plomo y fuego. Y hemos vivido también, en su caso especialmente al ser euskaldun y defender la cultura vasca, sus raíces; la contradicción de estar amenazados y al mismo tiempo esforzarnos por entender “al otro”, lo que costó injusticias, intolerancias e incomprensiones.
Una gran mujer, luchadora por los derechos de la mujer, por la igualdad, como se dice coloquialmente “currante” a pie de obra, honesta y leal a sus principios por encima de cualquier dificultad. Ella no aguantó la presión en un PSN dominado por Torquemada y aunque ahora militemos en diferentes organizaciones seguimos teniendo elementos comunes.
Ahora, a la presidenta del Parlamento, en un acto de homenaje a Francisco Casanova asesinado por ETA en Berriozar hace 15 años, al que asistía como había hecho otras veces -y soy testigo de ello- en lugar de reconocerle su valentía, su respeto hacia las víctimas, se le increpa, insulta y humilla hasta hacerla salir urgentemente sin ni siquiera poder dar el pásame a la viuda por temor a que esos energúmenos llegaran a más, porque me consta que en un instante dado temió ser agredida.
Un acto deleznable, condenable, pero lo es aún más que estos hechos sucedieran supuestamente ante la pasividad de los representantes políticos allí presentes. Incluso, y es lo más grave, en presencia de la delegada de Gobierno de Rajoy, Carmen Alba.
Hablé con Ainhoa al poco rato de haber sucedido y entendí que la situación fue muy grave, la escuché palpando su nerviosismo y me inundó la solidaridad pero también la indignación. Indignación por esa tremenda injusticia, porque haya gente capaz de hacerlo, pero especialmente por la reacción de Carmen Alba si, como parece, fue testigo de los hechos. ¿Dónde está la Ley Mordaza en estos casos? ¿O es de aplicación para unos y no para otros?
Es tiempo de condena, de solidaridad con Ainhoa, pero también de exigencia, de que se asuman las responsabilidades. Carmen Alba representaba en ese acto a Mariano Rajoy y debe ser éste quien pida excusas y tome las medidas oportunas para que se haga justicia. Camina el señor Rajoy por un irresponsable camino al no culminar un proceso de paz peligrosamente parado. Se equivoca al alentar viejos fantasmas, porque quizás esa insensata actitud traiga consecuencias como esta. Es intolerable lo ocurrido en Berriozar, pero lo es más que ocurra de esa manera.
Van por el camino equivocado, pero ojalá adviertan que deben cambiar. Nunca nos amedrentarán, no nos harán cambiar de rumbo; ni lo hicieron aquellos, ni lo harán estos, porque tenemos muy claras las ideas de que solo desde la generosidad, la audacia, desde el diálogo, es posible solucionar esto. Ainhoa, desde la indignación, desde la denuncia, tienes mi apoyo y mi solidaridad? Como siempre.