Comentaba a mi cuñada Ana las andanzas de mi hijo en Bristol buscando alojamiento y trabajo, andanzas que comparten miles y miles de jóvenes españoles en Inglaterra e Irlanda en esta década prodigiosa de los vuelos low cost y de la comunicación por Skype. Ella me sorprendía con que estos jóvenes con ocho apellidos vascos, gallegos, manchegos, andaluces o extremeños salían “a la aventura”. ¿Salir “a la aventura” poniendo el trabajo como excusa? ¿Era eso lo que me planteaba? ¿O salir con la finalidad -y no con la excusa- de encontrar trabajo sin renunciar a pasar alguna que otra peripecia imprevista que entrañara cambios para las previsiones iniciales? Nuestros jóvenes, en cuyos currículos entran títulos universitarios, no tienen que pasar la frontera de Río Grande, no tienen que pasar el Mediterráneo en pateras u otras embarcaciones, ni van indocumentados a un país que es reticente o contrario a su entrada, exponiéndose a vivir en la ilegalidad. En la consecución primordial de conseguir un contrato de trabajo que les va a facilitar algo tan necesario como es un alojamiento más allá del albergue de turno, se van a producir hechos episódicos; pero este es el curso normal del proceso, hasta ahí no hay nada sorprendente que nos lleve a imaginar ese “ir a la aventura”. Y ponía énfasis en una comparación que me venía a mano: Todos esos políticos españoles, o banqueros, o empresarios, o sindicalistas, que han entrado en el toma y daca de tratos de favor para revalorizaciones de terrenos, que han amañado concesiones y contratos públicos, que han usado fraudulentamente los fondos previstos para cursos de formación, que han utilizado su relevancia como directivo o consejero para saciarse en la fuente dorada de las tarjetas black, de los contratos blindados y las jubilaciones faraónicas, esos sí han ido “a la aventura”, Ana. Aunque luego nos quieran convencer de que no lo hacían tan codiciosamente como pretende el populacho. Que su intención era, en fin, altruista. Que su motivación más poderosa era el bienestar familiar. Nos quieren convencer de que lo hacían para que sus hijos tuvieran bien repletas las albardas. Para que sus vástagos no tuvieran que salir “a la aventura”, Ana, ellos ponían por delante su propia aventura, la que les iba a llevar a la cárcel, a la pérdida de buena parte de su honorabilidad, la que ponía su libertad dentro de un orden? penitenciario. Aventura por aventura, Ana.
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