EL primer cuarto de Liga ha bastado para apreciar un notable cambio en el estilo de juego del Athletic. Pese a que se haya cuestionado que el equipo de Ernesto Valverde tuviese uno definido, esto obedece a que nos habíamos acostumbrado a ver a un Athletic con una forma de actuar muy concreta, para bien y para mal, y, desde luego, absolutamente diferente a cuanto se había conocido. La huella futbolística que dejó Marcelo Bielsa está muy reciente y es profunda. De hecho, no solo sorprendió y enamoró a la afición propia, sino que acaparó infinidad de miradas ajenas, pues tratándose de una propuesta que rompía moldes, tanto en el orden táctico como en el apartado de la mentalización, devolvió al Athletic al primer plano en el escaparate internacional. El éxito que obtuvo el técnico argentino durante su primer año en Bilbao nunca se olvidará, básicamente porque ofrecía espectáculo. Así se explica que se asumiese de buen grado las contundentes derrotas cosechadas en las dos finales o que la deficiente campaña posterior apenas generase críticas hacia la figura de Bielsa, cuando su desacierto fue evidente.

Bielsa fue capaz de convencer a los jugadores y estos le siguieron a pies juntillas, con todas las consecuencias, en los triunfos y en los reveses. Su ideario era extremo, exagerado por incuestionable y por exigente, lo cual supuso un enorme desgaste en las piernas y en las mentes de unos profesionales que acabaron saturados. Probablemente sea el precio a abonar cuando al frente del proyecto, más que un jefe al uso, se pone a un visionario. Alguien absolutamente persuadido de que lo suyo es lo único. En este sentido, la llegada de Valverde ha supuesto una especie de alivio en Lezama. Al margen de que se trata de una personalidad muy distinta y posee un conocimiento más profundo de lo que es el club, el actual responsable se apoya en un concepto del fútbol más equilibrado, más racional podría decirse.

Sus métodos, la forma en que gestiona el grupo, cómo prepara cada compromiso, la comunicación interna, lo que transmite al exterior, no dan para montar una revolución, que es lo que promovió su antecesor, aunque a la larga pueden ser tan o más válidos para conseguir que el equipo rinda e ilusione. Seguramente con Valverde no será el Athletic lo arrebatador que llegó a ser en aquellas citas que permanecen en la memoria de todos. Sin embargo, a partir de que se asiente, tampoco experimentará altibajos tan marcados o se expondrá a las frustraciones vividas en el bienio del rosarino.

Se quisieron establecer paralelismos y diferencias entre este y aquel Athletic. Hay de todo. Acaso el principal denominador común sea el gusto por un fútbol ofensivo, refractario a la especulación. La novedad más llamativa que se aprecia sería una mayor atención a las características de los protagonistas. Esto es, mientras Bielsa importó unos criterios que grabó a fuego en la piel de sus hombres, Valverde propone que estos desarrollen una idea que les haga sentirse más seguros, que les permita no estar poniendo a prueba sus límites constantemente. En el plano práctico, salta a la vista que ahora el Athletic, con otra colocación y otros movimientos, renuncia a determinados riesgos y la estructura se resiente menos. Hay más elementos por detrás de la pelota y en la franja central el conjunto está más armado.

Con Bielsa atacaban todos salvo tres, los centrales e Iturraspe, había dos medios permanentemente proyectados en ataque y los laterales no solo tenían permiso sino orden de desdoblarse y a la vez, no turnándose. Esto funcionó el primer año porque Javi Martínez estaba sobrado para ejercer de central y Amorebieta completó la temporada de su vida, porque Iturraspe estuvo impresionante y porque el resto acertó a terminar un porcentaje elevadísimo de avances. El segundo año, los centrales eran otros, Iturraspe anduvo mermado físicamente y el resto no acababa casi nada (desde que Aduriz dejó de enchufar todas las que tuvo, que por cierto no fueron demasiadas). Las pérdidas se multiplicaron y el bloque se resquebrajaba sin remedio, de ahí la abultada estadística de goles recibidos. Bielsa pudo haber introducido algún retoque táctico ante la constatación de que carecía de la gente idónea para desarrollar su idea, pero, en vez de eso, prefirió insistir y el Athletic no levantó cabeza.

A Valverde le está costando ajustar las piezas, algo comprensible en un inicio, pero a la chita callando el equipo se ha colocado arriba. Cabe achacarle errores, él mismo ha evidenciado su existencia con decisiones posteriores, pero se va aproximando al objetivo de que el Athletic sea convincente, además de competitivo. Por de pronto es significativo que haya volteado varios marcadores adversos o cómo ha negociado citas de cierta envergadura (Betis, Valencia y Villarreal). Tiene pendientes varias asignaturas, una primera que atañe a la imagen en los viajes. A la misma altura habría que situar la de la regularidad dentro de un mismo partido. A este respecto, una versión más laboriosa ha rendido los beneficios que no producen otras presuntamente más imaginativas.