Quimera, querido monarca, es pensar que el Reino de España es una nación y no un Reino Unido de España, es decir, un conjunto de naciones -llámenlas nacionalidades si así acallan mejor su mala conciencia- con identidades diferenciadas y con voluntades soberanistas. Naciones que esperan de la ONU el despliegue legislativo capaz de gestionar una construcción firme, digna, coherente del derecho de autodeterminación de los pueblos que atienda las aspiraciones de estos desde el andamiaje geopolítico actual. Que atienda la reivindicación de su derecho a decidir y que se faculte la base del mínimo respeto hacia la voluntad expresada en las urnas.

Quimera, querido monarca, es seguir adorando a esos seres sobrenaturales de las religiones monoteístas que protegen exclusivamente a sus pueblos respectivos, que premian no tanto sus buenas acciones como la buena voluntariedad de sus acciones, que se supone están inspiradas en la lectura de los libros sagrados. Que castigan a los pueblos ajenos porque no se unen a sus plegarias y porque insisten en el error de inspirar sus actos desde otras plegarias dirigidas a otros dioses.

Quimera, querido monarca, es seguir defendiendo que la jefatura del Estado es y debe ser hereditaria y que el poder, con mayúsculas, sigue teniendo unas sagradas raíces dinásticas que están fuera de toda discusión. Quimera, querido monarca, es pensar que la monarquía encaja suavemente, es decir, no forzadamente en el preámbulo democrático de que todos los seres humanos nacemos iguales, que nuestros derechos y obligaciones fundamentales no vienen condicionados por la cuna.

Usted dice obedecer, sí, el mandato democrático de un texto constitucional y acata su obligación de acogerse a decretos exclusivos para su persona y para su familia tan favorables como excepcionales. Pero solo un referéndum dirigido al pueblo español con el fin de que este determine su sí o no a la monarquía nos haría saber con cierto grado de exactitud cuál es el apoyo popular con el que cuenta la institución que engloba a usted y a su familia. Y de saberlo en el momento decisivo actual. Sin que la propaganda infinita de los poderes fácticos y el mamoneo mediático insistan eternamente en la inoportunidad, en la innecesariedad de esta descabellada ocurrencia. Con la transición y la etapa constitucional ya realizada, con la democracia firmemente asentada, ¿por qué siguen callándonos desde su verdad impuesta? ¿Por qué siguen colocándonos un carné de ciudadanía para menores de edad?