NO es que nos hayamos gastado todos los dineros en plan disoluto y manirroto pero la verdad es que estamos a punto de vaciar la caja pública que nos permitía mantener el maravilloso Estado del bienestar que nos habíamos otorgado y parece que habíamos olvidado ya aquellos relatos tristes pero verdaderos de padres y abuelos que nos hablaban del hambre y las necesidades de la larga postguerra y de los sacrificios que hicieron para alimentarnos, vestirnos y educarnos y permitir que alcanzáramos el alto nivel de vida del que disfrutábamos hasta hace escasas fechas. Y gran parte de nuestra comodidad la habíamos fiado al Estado con esa triste y famosa frase de que "como yo pago, exijo". Pero hete aquí que por mucho que continuemos pagando, parece que los gastos son mayores que los ingresos y donde antes existían servicios de alto nivel ahora parece que toca reducirlos. Quizás de tanto exigir, hemos apretado tanto la teta de la vaca que la hemos dejado seca y vacía. Y convendría recordar ahora aquella frase que acuñaron los yanquis en épocas de emergencia dirigida a su población: "no te preguntes qué pueden hacer los Estados Unidos por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por los Estados Unidos". Y, mientras tanto -por estas latitudes- continuamos exigiendo el oro y el moro a los servicios públicos y esquiamos en invierno y veraneamos junto al mar en la canícula y llevamos un tren de vida difícilmente mantenible.

No es que haya que seguir la vía china de trabajar veinticuatro horas al día porque tampoco hemos venido al mundo para ese tipo de explotación laboral pero si un extremo radical del asunto es el chino, el otro lo ocupamos nosotros por todo lo contrario. Y continuamos soportando unas bajas laborales larguísimas, consumiendo toneladas de medicinas que no sirven para casi nada excepto para engrosar las cuentas de resultados de las empresas farmacéuticas, el absentismo laboral en quienes cobran del Estado es elenfantíaco; es decir, que nos apuntamos a las ventajas del Estado del bienestar pero no queremos saber nada de sus inconvenientes. Y, de estas maneras tan poco previsoras y tan gastópatas, es normal que ningún Estado tenga un duro y que muchas autonomías amenacen con la bancarrota. No sé cómo habría que articularlo pero quizás haya llegado el momento -como el slogan de los yanquis- de aportar algo al Estado en lugar de sacarle hasta las entretelas aunque llegados a este punto, ¿con qué valor nos va a solicitar algún político que arrimemos el hombro con todos los casos de corrupción casi no castigada que vemos a diario? El Estado ha hecho un reparto tal de bienestar -en la época de vacas gordas- que ha contribuido a crear un tipo de ciudadano egoísta y exigente que solo contempla que se cumplan sus derechos sin acabar sus deberes. Mal camino llevamos porque casi seguro que no volverán ya los tiempos del esplendor en la hierba y deberemos de acostumbrarnos a pagar más cantidad por menos servicios, justo lo contrario que hasta hace pocos años. Quizás -además de rebelarse contra el malgasto público y contra los chorizos públicos- haya que pensar en qué podemos hacer por el Estado ya que parece que el Estado poco puede hacer por nosotros.