VISTA la masiva manifestación que recorrió Bilbao el pasado sábado para solicitar al Gobierno español mejoras en la situación de los presos de ETA, la visita de Alberto Ruiz Gallardón ayer a Euskadi entrañaba mucho interés. Sobre todo para escuchar la respuesta del ministro de Justicia español, el que marcará la política penitenciaria del futuro, a la marcha y a sus reivindicaciones. El dirigente popular rechazó de plano una amnistía colectiva -medida que, según sus propios escritos, ni ETA ni sus presos contemplan- e insistió en la necesidad de que los encarcelados por delitos terroristas pidan perdón por los daños causados en el pasado y de que los reparen. También exigió a ETA su desarme total. En la calculada ambigüedad que Rajoy y los suyos se mueven en estos temas, las palabras del ministro podrían servir a unos y a otros. A unos porque mantienen la firmeza que exigen los más radicales de la formación de derecha y a otros por lo que no dijo, o no quiso decir -en una interpretación en clave positiva de sus omisiones, claro está-. Por ejemplo no rechazó un acercamiento a cárceles de Euskadi y no rechazó que los presos con las tres cuartas partes de la condena cumplida o enfermos puedan ser excarcelados. Habrá que esperar a las próximas reuniones que Patxi López e Iñigo Urkullu mantendrán con Rajoy para abandonar el etéreo terreno de las especulaciones y juzgar las propuestas concretas, si es que el nuevo presidente español maneja alguna. Una nueva política penitenciaria no solo es posible con la ley en la mano, sino que es necesaria. Absolutamente necesaria. Los gobiernos están para solucionar problemas, no para crearlos. Y si la violencia, una de las taras más graves que ha padecido Euskadi y el Estado español en las últimas décadas, parece encarrilada hacia su solución definitiva, no es admisible que un Ejecutivo amenace con su descarrilamiento por omisión de decisiones. Es tiempo de responsabilidad y altura de miras. Resulta curioso, por emplear un calificativo benévolo, el giro que dado por el lehendakari en este asunto. Pese a que sus planteamientos hubieran tenido la misma validez y la misma vigencia, López reclama ahora cosas que no reclamaba cuando Zapatero gobernaba en Madrid. ¿Qué coherencia es esa? Una vez más, y ya no hay quien sea capaz de llevar la cuenta, el jefe del Gobierno del cambio llega tarde y a destiempo a una cuestión clave para Euskadi. Y, hablando de cuestiones clave para este país, la izquierda aber-tzale -con responsabilidad de gobierno en numerosas instituciones de Euskadi- no puede reducir su estrategia gubernamental a las reivindicaciones de los presos de ETA. Euskadi tiene temas tan o más importantes encima de la mesa: las medidas contra la crisis, el paro, la amenaza recentralizadora del Estado, la posible prórroga a la central nuclear de Garoña...