SI la expectación ante la cumbre económica entre Angela Merkel y Nicolas Sarkozy era máxima, el interés ante cómo encajarían el resto de países y los mercados sus propuestas no le iba a la zaga. Alguien, quizá, haya podido sentirse defraudado por la respuesta tibia que el encuentro entre la canciller alemana y el presidente ha encontrado en la economía. Ni ha habido grandes alegrías ni grandes decepciones. Quizá esa tibieza, a estas alturas, sea una respuesta coherente de un mundo, el económico, que ha vivido los últimos meses atrapado en la montaña rusa, tan pronto arriba como tan pronto abajo. Y muchas veces por la causa más peregrina. Que había que hacer algo había sido una petición común efectuada a los cuatro vientos. Alemania y Francia han cogido el guante, como no podía ser de otra manera. Los indicadores de ambos países demuestran su buen hacer, su capacidad, y les cargan de razones para liderar el intento de salida a la crisis. Y lo han hecho bajo un aserto demandado por casi todos los especialistas: más Europa. Si algo ha unido los diagnósticos tan diferentes que se han ido planteando a lo largo de estos meses era la necesidad de que Europa, como concepto, adquiriera mucho más peso, más responsabilidad, más iniciativa. La intención de crear una nueva institución económica, un gobierno real del euro, solo puede interpretarse en esos términos. Francia y Alemania sí han sido generosos con la apuesta por ese foro, ya que hay algunos países que, por su trayectoria, no merecían estar ahí. Pero Europa sale al rescate de Europa. A expensas de cómo evolucione ese organismo, sí da la impresión -por los pocos datos aportados el martes por los dos líderes- de que la apuesta podía ser más ambiciosa y decidida. Una institución que reúne a 29 jefes de gobierno y solo se reúne dos veces al año, con la que está cayendo, no parece operativa. Que hayan decidido colocar a Van Rompuy al frente del mismo puede interpretarse como uno de los privilegios entendibles de los dueños del invento. En cuanto al resto de medidas propuestas, se antojan tan necesarias como difíciles de adoptar. El control del déficit es inexcusable y obligado para cualquier gobierno. Y si ese límite se encuentra fijado en la constitución de los estados, más fácil será que se cumpla. Sin embargo, la modificación de las cartas magnas requiere de amplias mayorías que, hoy en día, no se dan en casi ningún país de la zona euro. En Bélgica, por ejemplo, ni hay ejecutivo. La tasa a las transacciones financieras también despierta recelos en Holanda, que solo la entiende a nivel global, no solo europeo. La salida de este gran embrollo económico no será fácil y estará jalonada de problemas similares. Es lo que toca. Si alguien espera que todo esto se solucione de la noche a la mañana, con una pastilla, se equivoca. Mejorable o no, por lo menos hay un plan.