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Londres busca los porqués

La capital londinense, como sucediera en París en 2005, se sobrepone como puede a una ola irracional de violencia que mezcla el dolor por la muerte aún no aclarada de un joven a manos de la policía con el saqueo y el pillaje más rastreros

dOS muertos, más de medio millar de detenidos, cientos de heridos, centenares de comercios y establecimientos arrasados, decenas de coches calcinados, y medio mundo atónito por el dantesco espectáculo que contemplan sus ojos han colocado a Londres al borde del caos. Los disturbios que asolan la capital británica desde el jueves han demostrado, una vez más, que la violencia no tiene patria ni bandera. Y que tan irracional resulta allí como durante tanto tiempo resultó aquí, o en cualquier otro rincón del planeta. La primera reflexión, por tanto, es certificar lo bien que se vive sin violencia en las calles, independientemente de cuál sea su motivo. La principal demanda de los londinenses a las autoridades es, precisamente, que reinstauren el orden cuanto antes y que todo vuelva a la normalidad, a la vida propia de un día cualquiera de agosto. Tras convertirse en el centro de las críticas por su tibieza contra los violentos, Scotland Yard destinó ayer 16.000 agentes a evitar que volviera a haber una batalla campal nocturna. Los disturbios guardan muchas similitudes con los registrados en París aquel 27 de octubre de 2005. Ambos comparten un detonante común: la muerte de jóvenes por disparos de la policía (inmigrantes africanos en el caso galo; un hombre negro padre de cuatro hijos en el inglés). Como sucedió en la capital francesa, las legítimas protestas por lo que muchos entendieron y entienden como un abuso de poder que no se hubiera dado en un joven blanco de la clase media han derivado en bandidaje puro y duro, donde grupos de incontrolados aprovechan la circunstancia para robar y saquear propiedades ajenas. La magnitud del desaguisado también es similar en las dos potencias. En Francia, en una sola noche, ardieron más de 500 coches; los comercios y propiedades inglesas atacadas estos días no se quedarán muy lejos de ese medio millar. Mientras aguardan la ansiada normalidad, los londinenses, y el resto del mundo, se preguntan por qué. Por qué todo esto. Por qué en Londres. Por qué. Desde la distancia es complicado, y hasta atrevido, atreverse con un diagnóstico. Faltan claves. A buen seguro habrá un poco de todo: dolor legítimo, insatisfacción juvenil por un presente difícil y un futuro aún más complicado, grupos antisistema pescando en río revuelto, golfos, maleantes, falta de previsión y respuesta policial... Por ahora, mejor quedarse con el ejemplo de cientos de ciudadanos que armados con escobas se lanzaron ayer a las calles para contribuir a borrar las huella de la barbarie y a acelerar la vuelta a la rutina. Y también con la sensatez de la familia del joven muerto por la policía de un disparo en el pecho: "Queremos saber la verdad sobre la muerte de Mark, pero también que todo el mundo sepa que los disturbios no tienen nada que ver con el esclarecimiento de lo que le ocurrió".