EL brote de la bacteria Escherichia coli en Alemania, con más de mil quinientas personas afectadas en nueve países europeos y diecisiete víctimas mortales tras el fallecimiento ayer de una mujer en Baja Sajonia, se ha convertido ya en un grave problema de salud pública que supera al propio Gobierno federal presidido por Angela Merkel para situarse en el ámbito de responsabilidad de la Unión Europea, impelida a exigir de Alemania los análisis y controles que definan el verdadero origen de la infección y detengan la creciente incidencia de la misma. La prioridad no es, en estos momentos, determinar las indemnizaciones que cabría implementar para paliar los daños económicos que Alemania ha infligido a la agricultura española al señalar erróneamente a los pepinos andaluces como foco del brote infeccioso, tal y como el propio Ejecutivo germano ha admitido, sino determinar de dónde proviene la E.coli como paso inmediato para articular la esterilización necesaria, imprescindible cuando el centro de control de enfermedades alemán, el Instituto Robert Köch de Berlín, acaba de constatar más de trescientos nuevos afectados, buena parte de ellos en la versión más grave de la infección, en una evidente contradicción con el comisario europeo de Sanidad, John Dalli, para quien el brote estaría remitiendo. Cierto es que la Unión Europea debe manejarse con la prudencia de que carecieron las autoridades alemanas para evitar crear situaciones de alarma en la población europea, pero la indeterminación del origen de la bacteria -que algunos expertos sitúan como más probable en otros alimentos de mayor consumo como el agua o la carne- más de diez días después de que se confirmara el brote, aconsejaría que Bruselas comenzara a analizar la posibilidad de medidas de asepsia y cuarentena. Tanto porque son posibles de aplicar al localizarse el foco en el norte de Alemania y más concretamente, según Dalli, en los alrededores de Hamburgo como porque decisiones similares ya se han llevado a la práctica con otras infecciones anteriores, caso de la enfermedad de las vascas locas o encefalopatía espongiforme, de la gripe producida por la H5N1 o gripe aviaria y de la última gripe A. Pero, además, la Unión Europea debería también investigar el porqué de la reciente profusión de enfermedades epidémicas relacionadas, de una u otra forma, con la cadena de alimentos de consumo masivo y la aparente incapacidad de los sistemas de control y sanitarios de los países miembros para prevenirlas y, en su caso, paliar la expansión de sus efectos. Y al respecto, la tardanza de los responsables del Ministerio de Agricultura en restar crédito o desmentir la versión inicial de las autoridades alemanas y la parquedad de los responsables de la sanidad pública en valorar la infección y ofrecer recomendaciones ante la misma no se pueden considerar precisamente la excepción que confirma la regla.