EL movimiento 15-M, conocido ya popularmente como "los indignados" cumple quince días de presencia en las calles en demanda de "democracia real ya". Un momento en el que debate el futuro tanto de sus formas de actuación -las acampadas en las plazas- como de su difuso contenido programático. Los partidos políticos, en general, han obviado, cuando no despreciado, a este movimiento, seguramente a la espera de que el simple paso del tiempo le debilitara ante la imposiblidad de que lograra concitar un consenso en torno a propuestas concretas y, sobre todo, con respecto a su viabilidad real. Sin embargo, en gran parte gracias al uso de las redes sociales y con mensajes muy simples, el movimiento ha conseguido mantener la atención de la ciudadanía, que en algunos casos lo ha visto entre la simpatía y la condescendencia sin olvidar que muchas de sus consignas son reivindicaciones que calan en amplios sectores sociales, sobre todo en tiempos de crisis. En Euskadi este movimiento no ha tenido ni la fuerza ni la presencia ni la repercusión de otros lugares, aunque no hay duda de que ha tenido su visualización por parte de la sociedad. No es difícil dar con la causa. En primer lugar, la sociedad vasca ha sabido plasmar su pluralidad en una importante amplitud de partidos políticos con representación institucional, lo que ha evitado el bipartidismo que tanto se denuncia desde los indignados. Pero es que, además, tradicionalmente las formaciones de ámbito vasco han actuado mucho más allá de lo que puede considerarse el papel de un partido político al uso, llegando a canalizar verdaderos movimientos sociales. En la práctica, los partidos, en especial los abertzales, han actuado como redes sociales -ahora que tan de moda está la expresión ligada al mundo virtual- pegadas a la realidad que nos rodea. Este hecho ha vertebrado de manera vital a la sociedad vasca, impidiendo -al menos en algunos casos- que los partidos sean meras máquinas electorales. Ello unido a unos evidentes bajos niveles de corrupción política ha hecho que la indignación sea canalizada a través de otros mecanismos. Asimismo, el aún vigoroso cuerpo asociativo vasco ha sabido también canalizar las numerosas inquietudes sociales y culturales que fluyen en Euskadi. Un claro ejemplo de ello es la celebración ayer mismo del Ibilaldia, que reunió a decenas de miles de personas en reivindicación y apoyo del euskera y las ikastolas, otra red, en este caso educativa, caso único en el mundo. Con todo, los partidos, sindicatos, medios de comunicación y asociaciones de todo tipo deben escuchar, atender y dialogar con este movimiento para que al menos parte de sus inquietudes y reivindicaciones puedan tener cauce para el debate social más amplio y, en su caso, llevarlos a buen término. Por su parte, los 'indignados' deben también reconocer el innegable e insustituible papel que juegan los partidos y las instituciones y acordar, si fuera posible, mejoras democráticas que puedan redundar en el bienestar general.
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